VIDAS EJEMPLARES, EL CURA DE ARS (13)
“Cuando Juan Bautista M.ª Vianney iba a
ser enviado a la pequeña parroquia de Ars (230 habitantes), el Vicario general
de la diócesis le dijo: “No hay mucho amor de Dios en esta parroquia; usted
procurará introducirlo”. Y eso fue lo que hizo encender en el amor al Señor que
llevaba en el corazón a todos aquellos campesinos y a incontables almas más. No
poseía gran ciencia, ni mucha salud, ni dinero… pero su santidad personal, su
unión con Dios hizo el milagro. Pocos años más tarde una gran multitud de todas
las regiones de Francia acude a Ars, y a veces han de esperar días para ver a
su párroco y confesarse. Lo que atrae no es la curiosidad de unos milagros que
el trata de ocultar. Era más bien el presentimiento de encontrar un sacerdote
santo, “sorprende por su penitencia, tan familiar con Dios en la oración,
sobresaliente por su paz y su humildad en medio de los éxitos populares, y
sobre todo tan intuitivo para corresponder a las disposiciones interiores de
las almas y librarlas de su carga particularmente en el confesionario”.
En cierta ocasión, a un abogado de Lyon
que volvía de Ars, le preguntaron qué había visto allí. Y contestó: “He visto a
Dios en un hombre”. Esto mismo hemos de pedir hoy al Señor que se puede decir
de cada sacerdote, por su santidad de vida, por su unión con Dios, por su
preocupación por las almas. En el sacramento del Orden, el sacerdote es
constituido ministro de Dios y dispensador de sus tesoros, como le llama san
Pablo. Estos tesoros son: la Palabra divina en la predicación; el Cuerpo y
Sangre de Cristo, que dispensa en la Santa Misa y en el Comunión; y la gracia
de Dios en los sacramentos. Al sacerdote le es confiada la tarea divina por
excelencia, “la más divina de las obras divinas”, según enseña un antiguo Padre
de la Iglesia, como es la salvación de las almas” Es constituido embajador,
mediador, entre Dios y los hombres.
Con frecuencia el Cura de Ars solía
decir: “¡Qué cosa tan grande es ser sacerdote! Si lo comprendiera del todo
moriría. Dios llama a algunos hombres a esta gran dignidad para que sirvan a
sus hermanos. Sin embargo, “la misión salvífica de la Iglesia en el mundo es
llevada a cabo no solo por los ministros en virtud del sacramento del Orden,
sino también los fieles laicos”, (Juan Pablo II, Christifideles laici,
23). Dios ha puesto
al sacerdote cerca de la vida del hombre para ser dispensador de la
misericordia divina:
“Apenas nace el hombre a la
vida, el sacerdote lo regenera en el bautismo, le confiere una vida noble, más
preciosa, la vida sobrenatural, y lo hace hijo de Dios y de la Iglesia de
Jesucristo.
(Francisco Fernández-Carvajal, Hablar con Dios, tomo IV, p. 559-565, selección)
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