DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, AL TERCER DÍA RESUCITÓ
DE ENTRE LOS MUERTOS
Artículo 5, segunda parte
En efecto, aunque Cristo destruyó por
completo la muerte, no destruyó por completo el infierno, sino que le dio un
bocado, pues no libró del infierno a todos. Libró sólo a los que se hallaban
sin pecado mortal y sin pecado original: de éste último habían quedado libres en
cuanto a su persona por medio de la circuncisión, y antes de la
circuncisión, los desprovistos de uso de razón que se habían salvado en virtud
de la fe de unos padres creyentes; y los adultos por medio de los sacrificios y
en virtud de la fe en el Cristo que había de venir; todos ellos se encontraban
en el infierno a causa del pecado original de Adán, del que únicamente Cristo
podía librarlos en cuanto a la naturaleza. Dejó, pues, allí a los que habían
bajado con pecado mortal, y a los niños no circuncidados. Por eso dice: “Seré,
infierno, tu mordisco”. Queda así claro que Cristo descendió a
los infiernos, y por qué. De todo lo expuesto podemos sacar cuatro
enseñanzas:
En primer lugar, una firme
esperanza en Dios. Por muy abrumado que se encuentre un hombre, siempre debe
esperar su ayuda y confiar en Él. No hay situación tan angustiosa como estar en
el infierno. Por consiguiente, si Cristo libró a los suyos que estaban allí,
todo hombre, con tal que sea amigo de Dios, debe tener gran confianza de ser
librado por Él de cualquier angustia. “Ésta (la sabiduría) no desamparó al
justo vendido… y descendió con él al hoyo, y en la prisión no lo abandonó” (Sap 10, 13-14). Y como Dios ayuda especialmente
a sus siervos, muy tranquilo debe vivir quien sirve a Dios “Quien teme al Señor
de nada temblará, ni tendrá pavor, porque él mismo es su esperanza” (Eccli 34,16).
En segundo lugar, debemos caminar
en temor y no ser temerarios; pues, aunque Cristo padeció por los pecadores, y
descendió al infierno, sin embargo,
no libró a todos, sino sólo a aquellos que
no tenían pecado mortal, según hecho dicho. A los que habían muerto en pecado moral,
los dejó allí. Por tanto, nadie que muera en pecado moral espero perdón. Al
contrario, estará en el infierno tanto tiempo como los santos padres en el
paraíso, es decir, para siempre. “Irán éstos al suplicio eterno; los justos, en
cambio, a la vida eterna” (Mt 25,46).
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