martes, 23 de agosto de 2022


DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, AL TERCER DÍA RESUCITÓ
DE ENTRE LOS MUERTOS
Artículo 5, segunda parte

    “El cuarto y último motivo fue para librar a los santos que se encontrabanen el infierno. Así como Cristo quiso sufrir la muerte para librar de la muerte a los vivos, así también quiso bajar al infierno para librar a los que allí estaban“Tú también por la sangre de tu alianza hiciste salir a tus cautivos del lago en que no hay agua” (Zach 9,11). “Seré, muerte, tu muerte; seré, infierno, tu mordisco” (Os 13,14).
   En efecto, aunque Cristo destruyó por completo la muerte, no destruyó por completo el infierno, sino que le dio un bocado, pues no libró del infierno a todos. Libró sólo a los que se hallaban sin pecado mortal y sin pecado original: de éste último habían quedado libres en cuanto a su persona por medio de la circuncisión, y antes de la circuncisión, los desprovistos de uso de razón que se habían salvado en virtud de la fe de unos padres creyentes; y los adultos por medio de los sacrificios y en virtud de la fe en el Cristo que había de venir; todos ellos se encontraban en el infierno a causa del pecado original de Adán, del que únicamente Cristo podía librarlos en cuanto a la naturaleza. Dejó, pues, allí a los que habían bajado con pecado mortal, y a los niños no circuncidados. Por eso dice: “Seré, infierno, tu mordisco”.  Queda así claro que Cristo descendió a los infiernos, y por qué. De todo lo expuesto podemos sacar cuatro enseñanzas:
 
      En primer lugar, una firme esperanza en Dios. Por muy abrumado que se encuentre un hombre, siempre debe esperar su ayuda y confiar en Él. No hay situación tan angustiosa como estar en el infierno. Por consiguiente, si Cristo libró a los suyos que estaban allí, todo hombre, con tal que sea amigo de Dios, debe tener gran confianza de ser librado por Él de cualquier angustia. “Ésta (la sabiduría) no desamparó al justo vendido… y descendió con él al hoyo, y en la prisión no lo abandonó” (Sap 10, 13-14). Y como Dios ayuda especialmente a sus siervos, muy tranquilo debe vivir quien sirve a Dios “Quien teme al Señor de nada temblará, ni tendrá pavor, porque él mismo es su esperanza” (Eccli 34,16).
 
      En segundo lugar, debemos caminar en temor y no ser temerarios; pues, aunque Cristo padeció por los pecadores, y descendió al infierno, sin embargo, 
no libró a todos, sino sólo a aquellos que no tenían pecado mortal, según hecho dicho. A los que habían muerto en pecado moral, los dejó allí. Por tanto, nadie que muera en pecado moral espero perdón. Al contrario, estará en el infierno tanto tiempo como los santos padres en el paraíso, es decir, para siempre. “Irán éstos al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna” (Mt 25,46).
 
      En tercer lugar, debemos tener diligencia. Cristo descendió a los infiernos por nuestra salvación, y nosotros también hemos de ser diligentes en bajar allá con frecuencia  -mediante la consideración de aquellos tormentos, se entiende-, conforme hacía el santo varón Ezequías, que canta: “Yo dije: en medio de mis días bajaré hasta las puertas del infierno” (Is 38,10). Pues quien desciende allá frecuentemente en vida con el pensamiento, no es fácil que descienda al morir, porque tal pensamiento aparta del pecado. En efecto, vemos que los hombres de este mundo se guardan de cometer delitos por miedo al castigo temporal; por consiguiente, ¡cuánto más han de guardarse por miedo al castigo del infierno, que es mayor en duración, intensidad y número de tormentos! “Acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás jamás” (Eccli, 7,40). Continúa

      (Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 5, p. 70-73, Colección Patmos n. 155)
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario