miércoles, 10 de agosto de 2022

PADECIÓ BAJO PONCIO PILATO, FUE CRUCIFICADO,
MUERTO Y SEPULTADO
Artículo 4, primera parte

     “Así como es necesario al cristiano creer en la Encarnación del Hijo de Dios, también lo es creer en su Pasión y Muerte; pues, como dice Gregorio, “de nada nos hubiera servido sunacimiento, si no nos hubiera redimido”. Esto, que Cristo muriera por nosotros, es tan incomprensible, que apenas puede darle alcance nuestro entendimiento, es decir, que no le da alcance en modo alguno. Lo dice el Apóstol: “Estoy realizando una obra en vuestros días, una obra que no la creeréis si alguien os la cuenta” (Act. 23, 41), y Habacuc: “Obra fue hecha en vuestros días que nadie la creerá cuando sea contada”(I, 5). Tan espléndida es la gracia de Dios y su amor a nosotros que hizo Él más por nosotros de lo que podemos comprender. Sin embargo, no hemos de pensar que Cristo sufriera muerte de modo que muriera la Divinidad; murió en Él la naturaleza humana. No murió en cuanto era Dios, sino en cuento era hombre. Esto se aclara con tres ejemplos:

      El primero lo tomamos de nosotros mismos. Cuando un hombre muere, al separarse el alma del cuerpo, no muere aquella, sino sólo el cuerpo, la carne. Así también al morir Cristo, no murió la Divinidad, sino la naturaleza humana.
     Entonces, si los judíos no mataron la Divinidad, parece que no pecaron más que si hubieran matado a otro hombre cualquiera.
     A esto hay que decir que, si un rey llevase puesto un manto y alguien embadurnase ese manto, tendría tanto delito como si hubiera embadurnado al rey mismo. Igualmente, aunque los judíos no pudieron matar a Dios, sin embargo, al haber matado la naturaleza humana tomada por Cristo, fueron tan castigados como si hubieran matado la misma Divinidad.
      Pero, ¿qué necesidad hubo de que la Palabra de Dios padeciera por nosotros?
-Grande; se puede hablar de una doble necesidad. Primero, para remedio contra los pecados; segundo, como ejemplo para nuestra conducta.
      A) Tocante al remedio. Contra todos los males en que incurrimos por el pecado, hallamos remedio por la Pasión de Cristo. E incurrimos en cinco males.
Primero, contraemos una mancha: cuando el hombre peca, ensucia su alma, su mancha es el pecado. “¿Cómo es que estás, Israel, en tierra de enemigos…, te has contaminado con cadáveres?” (Bart. 3,10.  Por la Pasión de Cristo, limpia tal mancha, pues Cristo en su Pasión preparó con su sangre un baño, para lavar en él a los pecadores: “Nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apc 1,5). El alma queda lavaba con la sangre de Cristo en el bautismo, porque de la sangre de Cristo recibe éste su poder regenerador.
      Por eso, cuando uno se ensucia con el pecado, injuria a Cristo, y peca más gravemente que antes. “Si alguno quebranta la ley de Moisés, y se prueba con dos o tres testigos, es condenado a muerte sin misericordia alguna; ¿pues de cuántos mayores tormentos creéis que es digno el que pisotee al Hijo de Dios y considere profana la sangre de la alianza?” (Heb 10,28-29)
 
Segundo, caemos en desgracia ante Dios. En efecto; como el que es carnal, ama la belleza carnal, así Dios ama la espiritual, cual es la del alma. Cuando el alma se marcha con el pecado, desagrada a Dios, y Éste odia al pecador. “Dios aborrece al impío y su impiedad” (Sp 14,9). Pero esto lo remedia la Pasión de Cristo, que dio satisfacción a Dios Padre por el pecado, cosa que el hombre mismo no podía dar, su amor y su obediencia fueron mayores que el pecado y la prevaricación del primer hombre. “Siendo enemigo de Dios fuimos reconciliados con Él por la muerte de su Hijo” (Rom 5,10).
     
Tercero, contraemos una debilidad. El hombre, cuando peca, piensa que en adelante podrá abstenerse del pecado; pero ocurre todo lo contrario: su primer pecado debilita al hombre, y lo hace más propenso; el pecado lo domina con su fuerza, y el hombre, en cuanto de él depende, se poner en tal situación que, como se tira a un pozo, no será capaz de salir sino por el poder de Dios. Así, cuando pecó el primer hombre, nuestra naturaleza quedó debilitada y corrompida, y el hombre se tornó más propenso al pecado”. Continúa
 
    (Santo Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 4, p.60-64, Colección Patmos n. 155)

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