viernes, 30 de septiembre de 2022

 

JOSUÉ. Los libros históricos del Antiguo Testamento
Segunda parte, continúa
 
      2, Composición. En la redacción del libro de Josué se han recogido textos y narraciones antiguas. No es de extrañar que muchas familias contaran entre sus tradiciones propias relatos episódicos de la llegada de las tribus a aquel territorio y que alguno de ellos se pusiera por escrito antes de la redacción de este libro. También debían de existir numerosas narraciones que explicaban por qué algunos lugares tenían un nombre concreto, o cuál era el origen de algunos restos de construcciones antiguas que llamaban la atención a quienes las contemplaban: la existencia de doce grandes piedras en Guilgal, el montón de ruinas de Ay, las grandes piedras que cerraban la cueva de Maquedá, etc. Gran parte de la labor redaccional, que aunó todos esos relatos en una narración continúa, fue realizada por autores de la tradición deuteronomista.
      El elenco de las heredades correspondientes a cada tribu que aparece en la segunda parte posiblemente tiene su origen en documentos escritos en el sur de Canaán, ya que el relato es mucho más preciso al hablar de Judá y Benjamín, que tienen su territorio en esa zona, que cuando habla del resto de las tribus. La mayor parte de esa sección pertenece a la tradición sacerdotal.
      Todos estos elementos fueron reunidos y dotados de unidad en este libro con una finalidad eminentemente teológica dentro del marco deuteronomista: la tierra de Israel es un don de Dios concedido a su pueblo, que ha de atenerse con fidelidad a lo prescrito en la Ley para conservar ese beneficio.
 
3, Enseñanza. Dios es fiel y siempre cumple sus promesas. Así se hace constar de modo explícito: “No dejó de cumplirse ni una sola de las cosas buenas que el Señor prometió a la casa de Israel. Todo llegó”. El Señor no olvidó lo que había prometido a los Patriarcas y estuvo siempre con su pueblo hasta que les entregó la tierra que había jurado darles, sin que las dificultades objetivas que encontraron fuesen obstáculo para ello. Con esa experiencia, cuando el pueblo de Israel padeció el destierro de Babilonia pudo mantener firme la esperanza de que Dios lo llevaría de nuevo al lugar de reposo que le había concebido. Lo que podría parecer una meta inalcanzable no lo es, ya que Dios es fiel a su poder no conoce límites.
       Por último, conviene hacer notar la fuerza con la que el texto sagrado insiste una y otra vez en la unidad del pueblo. Aunque algunas tribus hubieran recibido su heredad antes de pasar el Jordán para entrar en la tierra prometida, no abandonaron a sus hermanos en la toma de posesión de Canaán. En la narración se subraya que la ocupación del país fue realizada por todo el pueblo unido bajo el mando único de Josué. A su vez, ese pueblo unido debe reconocer que sólo hay un Dios, el Señor, que les ha prestado auxilio, el único al que deben servir
 
4, El libro de Josué a la luz del Nuevo Testamento. La figura de Josué, instrumento de Dios para introducir al pueblo en la tierra prometida, representa una verdadera participación profética de Jesucristo. Su propio nombre, Josué, es idéntico al de Jesús. Ambos significan “el Señor salva, en hebreo, Yehosú´a). Josué proporcionó a su pueblo la salvación al introducirlo en la tierra, pero también salvó a personas que no formaban parte de él, como Rajab y su familia, que habían secundado los planes de Dios y manifestado así su fe con obras. También Jesús, que vino a traer la salvación a Israel, la hace extensiva a todos los hombres y mujeres de todas las razas de la tierra que secundan los planes de Dios.
      El paralelo entre Josué y Jesús fue desarrollado por algunos Padres de la Iglesia. San Justino explicó que, así como Josué sucedió a Moisés e introdujo al pueblo en la tierra prometida, Jesús a sustituido a Moisés, y su Evangelio a la Ley mosaica, y ha conducido al nuevo pueblo de Dios a la salvación. Orígenes estableció un paralelo espiritual entre Josué, que condujo a Israel a la victoria abatiendo reinos, ciudades y enemigos, y Cristo, que guía al alma y le proporciona la victoria sobre los vicios y pasiones”.  Continúa
 
                 (Facultad de Teología Universidad de Navarra, Comentario, Sagrada Biblia, p. 209-210, segunda parte)

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