CRISTO Y LA SAMARITANA
Paolo
Caliari, Veronés (1528-1588)
Kunshistorisches
Museum, Viena, Austria
“La ciudad de Venecia protagonizó en el
siglo XVI una gran revolución desde el punto de vista pictórico, con grandes
maestros que buscaban la renovación del lenguaje a partir del color. Giorgione,
Tiziano, Tintoretto y Veronés proponían el color como instrumento para
acercarse a la naturaleza y se convirtieron en protagonistas de un esplendor
artístico sin precedentes en la ciudad de los canales, rivalizando con los
maestros romanos, quienes defendían que el dibujo era prioritario en la
pintura.
Quizá el atractivo de las obras del
Veronés, radicaba en los numerosos anacronismos que conseguían transformar los
episodios sacros y míticos en escenas cortesanas de la Venecia renacentista,
con gran suntuosidad en el tratamiento de los ropajes y de los motivos secundarios.
Una de las escenas que aborda en varias
ocasiones es el Encuentro de Cristo y la samaritana. Este episodio
presente desde los orígenes de la iconografía cristiana en las pinturas de las
catacumbas para revelar la idea de salvación universal, servía en el siglo XVI
para aludir a la misericordia no únicamente como a la obra de “dar de beber al
sediento”, sino, sobre todo, a la mirada de misericordia que Cristo dirige a la
mujer y a los samaritanos, con quienes los judíos no se trataban.
En el primer término de la composición,
Veronés destaca la monumentalidad de los dos protagonistas, cuyos gestos
escenifican el diálogo relatado por san Juan (en su Evangelio, 4,6-26). Jesús, fatigado
por la caminata, sentado junto al pozo, con la retórica de sus manos
solicita a la mujer: Dame de beber (Jn 4,7). El pintor nos
muestra a la joven llegando al lugar, casi de espaldas al espectador, y con una
actitud conmovida y sorprendida al mismo tiempo: ¿Cómo es que tú, siendo
judío, te atreves a pedirme agua a mí, que soy samaritana? (Jn 4,9).
Junto a la samaritana, ricamente ataviada
con ropajes anacrónicos de gran suntuosidad, aparece el motivo iconográfico
clave tanto en el relato como en la representación del episodio, el pozo.
Convertido muchas veces en eje de simetría de la composición y referencia
espacial de Sicar, es también fundamental para establecer una relación
prefigurativa de esta escena con el Antiguo Testamento, más concretamente con
el pozo del patriarca Jacob y con la escena del Génesis que recuerda el
instante en que Rebeca da de beber a los camellos de Eliezer, sirviente del
anciano Abrahán, signo de que la mujer era la elegida para desposarse con
Isaac. El evangelista, al introducir el relato nos sitúa en un pueblo
llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba
también el pozo de Jacob (Jn 4,5-6). La presencia de Cristo en este lugar se
convierte en signo de cumplimiento del Antiguo Testamento con el Nuevo.
Para un pintor colorista como Veronés, la
luz juega un papel esencial, de cara a enriquecer su paleta con el mayor número
de tonos y matices, como se aprecia aquí en los brillos de las telas, o en los
reflejos de la pieza de cobre que la mujer llevar para sacar el agua. Además,
la luz le sirve para recrear con mayor naturalismo el efecto atmosférico del
fondo.
En la pintura se contempla la incidencia
de Miguel Ángel en la imagen de Cristo, pues la disposición de sus piernas
evoca poses de las figuras que decoran la bóveda de la Capilla Sixtina. También
el Veronés recurrió a Miguel Ángel en su declaración ante la Inquisición, al
considerar que este maestro había dado rienda suelta a su creatividad al
reinterpretar el Juicio Final”.
(María Rodríguez Velasco, Misal
Magníficat, agosto 2016, nº 153 (selección)
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