“En la vida espiritual, cuando se habla
del silencio la mayoría de las veces se lo asocia inmediatamente con el recogimiento.
En verdad, el silencio supera al bullicio y al palabrerío, en tanto que el
recogimiento es la victoria sobre la disipación y la intranquilidad. El
silencio constituye en el hombre la serenidad que lo habilita a hablar, el
recogimiento representa la unidad viviente de una existencia, a la que se le
habla de las cosas del mundo que lo rodean y que es atraída por la diversidad
de acontecimientos, unidad llena de fuerzas, que incita a la acción y a la
creación. El recogimiento es tan importante como el silencio. Cuando los
consideramos atentamente, nos damos cuenta de que uno no puede existir sin el
otro.
jueves, 1 de diciembre de 2022
PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA
Romano Guardiani, capítulo 3, Las actitudes: El recogimiento
¿Qué significa entonces el recogimiento?
Habitualmente, la atención del hombre se mantiene en las cosas y en los hombres
lo que rodean, atraída en las más diversas direcciones por una infinita
variedad de fenómenos. Su ánimo está inquieto, su afectividad se somete a
objetos que cambian rápidamente. Su deseo pasa de una cosa a otra. Su voluntad
tiene permanentemente intenciones -por lo general, muy diferentes al mismo
tiempo- que la estimulan, por eso está acosada, desgarrada y en contradicción
consigo misma. El recogimiento se opone a todo eso, ya que busca que la
atención se aparte de la diversidad de cosas que la atraen y unifica al
espíritu en sí mismo, rescata al afecto de las múltiples cosas que lo tientan y
lo orienta, a través de un simple cambio, hacia lo importante; al alma que se
distrae en sus pensamientos, que se dispersa con uno y otro deseo, y que,
además, todo el tiempo que tiene propósitos y planes, la atrae sobre sí misma y
le da profundidad.
Lo verdaderamente funesto es el desorden
y afectación artificial de la vida moderna, en los que el hombre es atacado
permanentemente por impresiones violentas y extravagantes. Como éstas son
intensas, pero a la vez superficiales, se diluyen rápidamente y son desplazadas
en seguida por otras. Es propio de ellas carecer de mesura y de verdadera
coherencia. Por todas partes existe la publicidad, que pretende incitarlo a
cosas que, en el fondo, él no quiere, a cosas que realmente no necesita.
Continuamente el corazón del hombre se
aparta de lo importante y profundo para orientarse hacia lo interesante, hacia
lo que lo estimula y excita. Pero este estado de cosas no sólo impera alrededor
del hombre, sino que también reina en su interior. El hombre no tiene ninguna
profundidad ni ningún centro interno, sino que vive en lo externo y en lo
contingente.
Este tipo de situación se presenta
también en el plano religioso, en el culto y en la Santa Misa. Salta a la vista
cuando existe un desasosiego. La gente pasea la mirada en torno a todo lo que
hay a su alrededor; sin una razón que lo justifique, se arrodilla, se sienta,
se levanta; tose, carraspea, acomoda su ropa y muchas cosas más. Los que allí
asisten no están verdaderamente presentes, no están en el tema, no se
identifican ni con el lugar ni con el momento. En síntesis, no adoptan una
actitud de recogimiento.
El recogimiento es la inhalación del
hombre espiritual, mediante la cual se aparta de todo lo que lo distrae y va en
busca de la interioridad, de la profundidad y del centro interior. Sólo el
hombre que sabe recogerse es realmente alguien. Sólo a él se le puede dirigir
la palabra y sólo él puede responder, únicamente él obtiene realmente lo que la
vida ofrece. El tiempo es inquietud y disipación, la eternidad es sosiego y
unidad, pero no en el sentido de inactividad o tedio.
La eternidad es la plenitud de la vida,
pero en el modo de la serenidad. Hay algo de lo eterno en nuestra interioridad
más profunda. Quizá podemos designarlo con el bello nombre que se encuentra en
los maestros de vida espiritual: “suelo del alma” o “cumbre del espíritu”. Cuando
Dios me llama, yo puedo ser efectivamente alguien que está en condiciones de
decir: “aquí estoy, Señor”
(Romano Guardini, Preparación para la
celebración de la Santa Misa (selección), p. 21-25)
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