ESCRITOS DE CATEQUESIS
LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 11
Primero, para sobreponernos a la tristeza que nos produce la muerte de los nuestros.
Es imposible que uno no
sienta la muerte de un ser querido; pero, si esperamos en su resurrección, se
mitiga considerablemente el dolor. “Hermanos, no queremos que ignoréis la
suerte de los difuntos, para que no os entristezcáis como los hombres sin
esperanza”
(1 Tesalonicenses, 4, 12).
Segundo, porque libran del miedo a
la muerte. Si el hombre no esperara otra vida mejor después de su
fallecimiento, la muerte sería sin duda muy de temer, y habría que hacer
cualquier mal antes de morir. Pero como creemos que existe esa vida mejor, a la
que llegaremos después de la muerte, está claro que nadie debe temerla ni cometer
maldad alguna por evitarla. “Para aniquilar por medio de su muerte al que
detentaba el señorío de la muerte, es decir, al diablo, y libertad a cuantos,
por miedo a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (Hebreos
2, 14-15).
Tercero, porque nos vuelven
alertados y afanosos por obrar bien. Si no contase el hombre con más vida que
la actual, tampoco tendría mayor afán por obrar de esta manera; hiciese lo que
hiciese, quedaría insatisfecho, puesto que sus deseos no tienen como objeto un
bien limitado a un cierto tiempo sino la eternidad. Pero como creemos que por lo
que hacemos aquí, recibiremos bienes eternos en la resurrección, esta fe nos
impulsa a practicar el bien. “Si sólo para esta vida tenemos puesta
nuestra esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres”
(1 Corintios 15, 19).
(S. Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, El símbolo de los Apóstoles, Artículo 11, primera parte, p. 105-107)
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