lunes, 5 de junio de 2023

ESCRITOS DE CATEQUESIS
LA VIDA ETERNA
El Símbolo de los Apóstoles. Artículo 12
 
      De manera harto apropiada concluye el Símbolo las verdades que hay que creer, con la que es corona de todos nuestros deseos, a saber, como la vida eterna. Y así, termina: “La vida eterna. Amén”. Esto, contra los que aseguran que al alma fenece con el cuerpo. Si así fuera, el hombre sería de la misma condición que los brutos. A éstos les cuadra bien lo del Salmo: “El hombre, hallándose en situación de honor, no lo comprendió; se comparó con las bestias estúpidas, y se hizo semejante a ellas” (Ps 48, 21).
      En efecto, el alma humana se asemeja a Dios en la inmortalidad, y a los animales por su faceta sensitiva; por tanto, cuando uno piensa que el alma muere con el cuerpo, se aparte de la semejanza con Dios, y ser sitúa a sí mismo en la línea de los brutos. Contra los de esta opinión leemos: “No esperaron la recompensa de la justicia, ni creyeron en el galardón de las almas santas: porque Dios creó al hombre inmortal, y lo hizo a imagen de su semejanza” (Sap 2, 22.23).
      Vamos ahora a considerar en qué consiste la vida eterna.
 
     A) En primer lugar, consiste en la unión con Dios. Dios mismo es el premio y fin de todos nuestros trabajos: “Yo soy tu protector, y tu galardón grande sobre manera” (Gen 15, 1).
      A su vez, esta unión consiste en visión perfecta: “Ahora vemos en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara” (1 Cor 13, 12).
      Consiste también en excelsa alabanza. Agustín en su libro 22 De Civit. Dei: “Veremos, amaremos, y alabaremos”. “Gozo y alegría se hallarán en ella; acción de gracias y voz de alabanza” (Is 51, 3).
 
      B) En segundo lugar, la vida eterna consiste en una perfecta saciedad de los deseos, porque en ella todos los bienaventurados tendrán más de lo que anhelan y esperan.
      En esta vida nadie puede ver colmados sus deseos, ni existe cosa creada capaz de dar satisfacción completa a los anhelos del hombre, pues sólo Dios sacia, y aun excede infinitamente; por eso el hombre no descansa sino en Dios: “Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está intranquilo hasta que descanse en ti” (san Agustín, en el libro 1 de las Confesiones). Pero, como en la patria los santos poseerán a Dios de una manera perfecta, es evidente que sus anhelos quedarán satisfechos, y aún sobrará gloria. Por ello, el Señor dice: “Entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21). Y san Agustín comenta: “El gozo entero no entrará en los gozantes, sino que los gozantes enteros entrarán en gozo”. “Cuando aparezca tu gloria quedaré saciado” (Ps 16, 15). “El colma de bienes tus deseos” (Ps 102, 5). Todo lo apetecible sobreabundará allí.
      Si se ansían deleites, allí se hallará el deleite más grande y más perfecto, pues tendrá por objeto al sumo bien, es decir, a Dios: “Entonces en el Todopoderoso abundarás de delicias” (Iob 22, 26); “A tu derecho, deleites para siempre” (Ps 15, 11).
      Si se ambicionan honores, en la vida eterna se conseguirá todo honor. Los hombres desean mayormente, ser reyes los seglares, y obispos los clérigos. Ambas cosas se abstendrán allí: “Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino y sacerdotes” (Ap 5, 10); “Mira cómo se los ha contado entre los hijos de Dios” (Sap 5, 5)
      Si se anhela ciencia, perfectísima la alcanzaremos en el cielo: conoceremos la naturaleza de todas las cosas, toda la verdad, todo lo que queramos, y poseeremos allí, junto con la vida eterna misma, cuanto deseemos poseer: “Todos los bienes acudieron a mí justamente con ella (con la Sabiduría)” (Sap 7, 11); “A los justos se les concederá su deseo” (Prv 10, 24).
  
                                    (S. Tomás de Aquino, Escritos de Catequesis, Artículo 12, primera parte, p. 109-112)

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