Obispo de Roma en los últimos años del
siglo I. San Clemente explica claramente la doctrina de la sucesión apostólica,
subrayando que la Iglesia tiene una estructura sacramental, y no una estructura
política, que garantiza que la Iglesia es don de Dios y no creación nuestra.
Según S. Ireneo, al que debemos la lista
más antigua de obispos de Roma, y tal como se recogió mucho más tarde en el
Canon Romano de la Misa, es el tercer sucesor de S. Pedro: Lino, Cleto,
Clemente; quizás conoció a S. Pedro y a S. Pablo. Parece que era de origen
judío.
Sólo nos ha llegado es escrito suyo, la
Epístola a los Corintios. Por los datos que ella misma nos da referentes a una
segunda persecución, que sería la de Domiciano, parece que fue escrita poco
antes del año 96. Era tan apreciada que aún en los tiempos de Eusebio de
Cesarea, según él nos dice, se seguía leyendo en las reuniones litúrgicas de
algunas iglesias; de hecho, aunque la carta obedece a unas circunstancias
determinadas, está escrita de manera que tenga un valor permanente y pueda ser
leída ante la asamblea de los fieles.
El suceso que la motivó es muy
interesante en sí mismo. En Corinto, la comunidad había depuesto a los
presbíteros, y el obispo de Roma, al parecer sin ser solicitado, interviene
para corregir el abuso, con unas expresiones que parecen ir más allá de la normal solicitud de unas iglesias por
otras y que se comprenden mejor desde la perspectiva del primado de la sede
romana: Clemente casi pide perdón por no haber intervenido antes, como si éste
fuera un deber suyo.
Además, la epístola presenta el
testimonio más antiguo que poseemos sobre la doctrina de la sucesión
apostólica: Jesucristo, enviado por Dios, envía a su vez a los Apóstoles, y
éstos establecen a los obispos y diáconos. Los corintios han hecho mal al deponer
la jerarquía y nombrar a otras personas; la raíz de estas discusiones es la
envidia, de la que da muchos ejemplos, bíblicos en especial, y Clemente les
exhorta a la armonía, de la que también da muchos ejemplos, sacados hasta del
orden que se observa en la naturaleza. Incidentalmente, la epístola nos
atestigua la estancia de S. Pedro en Roma, la muy probable de S. Pablo en
España, el martirio de ambos, y la persecución de Nerón.
La resurrección de la carne ocupa
también un lugar importante en la epístola. Se distingue además claramente
entre laicado y jerarquía, a cuyos miembros llama obispos y diáconos y, a
veces, presbíteros, nombre con el que parece englobar a unos y a otros; la
función más importante de éstos es la liturgia. Recoge también una oración
litúrgica, muy interesante, que termina con una petición en favor de los que
detentan el poder civil.
(Enrique Moliné, Los
Padres de la Iglesia, tomo I, p. 54-55, Ediciones Palabra)
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