PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA: El día sagrado
Romano Guardiani, capítulo 10
Una vez más, tenemos que decir que éste no depende del hombre. No hay ningún hecho, ni experiencia, ni momento ni nada que se le parezca, por medio del cual el hombre sea capaz de ennoblecer un día o una hora, de tal modo que sean santos frente a Dios. Esto puede ocurrir únicamente por él, en una forma tal, que él mismo se inserta en estas configuraciones temporales. Yo estoy de una determinada manera “en el tiempo”, puesto que vivo, me desarrollo, actúo y experimento un destino en él. ¿Pero algo similar puede pensarse de Dios? Espontáneamente respondemos con un no. Dios no sólo vive muchísimo tiempo, en forma cada vez más creciente, sino, en verdad, eternamente.
Su vida en general no tiene nada que ver con el tiempo. Dios no crece ni disminuye, no se desarrolla ni se transforma -todo esto implicaría al “tiempo”-, sino que realiza efectivamente su simple vida infinita, en forma completa y perfecta, en un puro presente. Pero él también ha creado el tiempo, así como todo lo que existe. Dicho con más precisión: Él ha creado el mundo, y éste se basa en la temporalidad. De esta manera, también Dios accede al tiempo y está en él, pero en todas las figuras temporales, tanto en las pequeñas como en las grandes: tanto en el día, en la hora, en el minuto, en los destellos temporales para nosotros invisibles -de los que habla justamente la física-, así como en los años, en las centurias, en los milenios y en las mediciones temporales inimaginables con las que hacen cálculos los astrónomos.
Dios accede y abarca a todas ellas, y ningún tiempo es en sí más sagrado que otro. El que lo sea depende de que el acontecimiento respectivo puede hacer resaltar la santidad de Dios vigente en todas partes, encarnarse en el hombre y grabarse en el curso de la historia. Pero de ninguna manera estamos hablando aquí de eso. Una “hora santa” puede consumarse en cualquier momento ya sea en un suceso natural, en las relaciones familiares o en los acontecimientos históricos.
Cuando la liturgia habla del tiempo sagrado, hace mención a algo concreto y expresivo, de la misma manera que habla de la forma y de la materialización del lugar sagrado. Sólo la revelación nos permite saber lo que puede ser esto, pues nos lo hace conocer con toda claridad, cuando afirma que, en uno de los siete días de la semana, Dios debe ser glorificado, por cuanto él descansó en ese día, después de haber creado el mundo.
Esta frase no puede ser tomada en sentido metafórico. Lo que ella menciona es algo plenamente misterioso, pero totalmente categórico. El libro del Génesis, en el relato de la creación, dice que la obra de Dios se consumó en el curso de la semana. Durante seis días, Dios creó todas las cosas y el séptimo día descansó. El relato no tiene nada que ver con la concepción científico-natural, la que explicaría en cuánto tiempo han surgido los astros, las plantas o los animales. La “semana” de la que se habla aquí no tiene sentido habitual de una indicación temporal, sino que es un símbolo de ordenamiento sabio al modo humano, según el cual se ha llevado a cabo el desarrollo del mundo. Pero por encima de esto, lo que se dice sobre la semana afirma algo perfectamente preciso: ya en los comienzos del mundo, Dios ha configurado sus siete días de tal modo que ha destinado al hombre seis días de éstos para trabajar, pero el séptimo lo ha reservado para si mismo, porque “en ese día”, él se entregó al descanso, después de haber terminado la obra de la creación.” continúa
(Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / El altar como umbral capítulo 10, p. 46-47)
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