PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA: La acción sagrada
Romano Guardiani, capítulo 13/2
Es indudable que esto constituye la institucionalización, es decir, el centro del culto cristiano. Cuando Dios dictó la ley de la Pascua, encargó a los hombres hacer una ofrenda en un tiempo determinado, celebrar un banquete y conmemorar en él la liberación producida antaño. Ésta era una acción que se desarrolló en forma acorde con lo que los hombres tienen posibilidad de hacer, pero que, en sentido riguroso, se nutrió del mandato divino. Con la acción que Cristo instituye ocurre otra cosa. Él no dice: “deben reunirse un día determinado y organizar una comida en armonía. Entonces el más anciano tiene que bendecir el pan y el vino, y recordarme en ese gesto”. Tal acción sería semejante a la cena pascual, cabría dentro de lo que le es posible hacer al hombre; divino sería sólo el acontecimiento que ella conmemoraría.
Pedro Cristo dice otra cosa. En la frase “haced esto”, el esto significa precisamente lo que yo he hecho. Pero lo que él hizo es algo que va más allá de toda posibilidad humana, ya que es una acción de Dios, surgida de su amor y de su omnipotencia en forma tan incomprensible como la creación y la encarnación. Jesús confía esta acción a los hombres. No dice “pedid que Dios la haga”, sino simplemente “haced”, con lo cual pone en sus manos una acción que sólo puede ser realizada por Dios. El misterio de este acto es análogo al del lugar sagrado y al del tiempo santo, que ya han sido tratados. El hombre obra, pero en el obrar humano obra Dios, y no sólo porque Dios participa en todo obrar humano, sino también que tenemos de él la realidad y la fuerza, el acontecimiento y la voluntad, de tal modo que todo nuestro obrar es obra de Dios. Aquí nos encontramos con un acto particular e histórico, que no acontece en ninguna otra parte tal como es ahora. En este sentido, la palabra “institución” tiene aquí un significado totalmente particular y único: Dios ha decidido, proclamado y dispuesto que los hombres deben ejecutar esta acción. Pero tan pronto como ésta se realiza, él mismo realiza en ella una acción que le está reservada tan sólo a él.
A este carácter de la acción, el hombre le añade un sentimiento y un modo de comportarse particulares. Si algo debe nacer de la originalidad de la experiencia, entonces el hombre tiene que percibir lo que ocurre y debe tener la fuerza para expresarlo. El procedimiento tiene que ser digno de fe, vital, noble, dueño de la palabra y del gesto. Si la acción debe nacer del sentido proporcionado por las horas o las épocas que se reiteran regularmente, el que la efectúa debe percibir la verdad de esta relación y el misterio que la envuelve, y tener para esto una expresión acorde a la diversidad de las horas que se repiten. Se exige algo más, cuando la acción se origina en la institucionalización.
Este algo más no es la experiencia y las expresiones creativas, no es el conocimiento siempre nuevo del sentido que reside en el núcleo de la existencia y la apropiación de una forma expresiva reiterada, sino la obediencia frente a la voluntad legisladora, el hombre tiene que conocer lo que el Señor ha querido y hacer lo que ha pedido. Esto es el culto, independiente tanto de la experiencia particular como de la comprensión de su significado natural. Este culto tiene su origen en la fe y en la obediencia. No configura ninguna acción particular, sino que recoge una acción divina, le prepara el lugar y le da la fisonomía de un acto terrenal. En consecuencia, en su sentido profundo, es una actitud desinteresada, en la cual el hombre alcanza indudablemente su propio ser. Por eso, esta acción puede ser realizada ininterrumpidamente, bajo las diferentes circunstancias de la historia universal y de la historia particular, tanto en tiempos de riqueza como de pobreza, tanto en las horas de aflicción y de tristeza, como en los tiempos de libertad y de alegría.
(Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / La acción sagrada, 13,2, p. 54-55)
A este carácter de la acción, el hombre le añade un sentimiento y un modo de comportarse particulares. Si algo debe nacer de la originalidad de la experiencia, entonces el hombre tiene que percibir lo que ocurre y debe tener la fuerza para expresarlo. El procedimiento tiene que ser digno de fe, vital, noble, dueño de la palabra y del gesto. Si la acción debe nacer del sentido proporcionado por las horas o las épocas que se reiteran regularmente, el que la efectúa debe percibir la verdad de esta relación y el misterio que la envuelve, y tener para esto una expresión acorde a la diversidad de las horas que se repiten. Se exige algo más, cuando la acción se origina en la institucionalización.
Este algo más no es la experiencia y las expresiones creativas, no es el conocimiento siempre nuevo del sentido que reside en el núcleo de la existencia y la apropiación de una forma expresiva reiterada, sino la obediencia frente a la voluntad legisladora, el hombre tiene que conocer lo que el Señor ha querido y hacer lo que ha pedido. Esto es el culto, independiente tanto de la experiencia particular como de la comprensión de su significado natural. Este culto tiene su origen en la fe y en la obediencia. No configura ninguna acción particular, sino que recoge una acción divina, le prepara el lugar y le da la fisonomía de un acto terrenal. En consecuencia, en su sentido profundo, es una actitud desinteresada, en la cual el hombre alcanza indudablemente su propio ser. Por eso, esta acción puede ser realizada ininterrumpidamente, bajo las diferentes circunstancias de la historia universal y de la historia particular, tanto en tiempos de riqueza como de pobreza, tanto en las horas de aflicción y de tristeza, como en los tiempos de libertad y de alegría.
(Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / La acción sagrada, 13,2, p. 54-55)
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