lunes, 20 de mayo de 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA: La palabra como revelación
Romano Guardiani, capítulo 14/2

La revelación afirma que el mundo ha surgido por la Palabra de Dios, por esa palabra que Dios pronunció al principio: “¡hágase!”. Por ella somos creados nosotros los hombres y por eso somos capaces de percibir esa palabra con la que él nos interpela a través de su revelación, para ser captados por ella, llamados a un nuevo comienzo por la gracia y obsequiados con una nueva vida. El poder creador de Dios impera allí donde encontramos esta palabra. Percibir su palabra significa introducirse en el ámbito de la posibilidad sagrada, donde existen el nuevo hombre, el nuevo cielo y la nueva tierra. No necesitamos captar meros pensamientos y simplemente comprender mandatos, sino que debemos abrir nuestra interioridad viviente a aquello que se acerca a nosotros con un poder sagrado.

Ya hemos dicho respecto a esto que el hombre recibe en plenitud la Palabra de Dios cuando la escucha. La palabra se dirige no sólo al entendimiento sino también al hombre, tiene el modo del hombre y busca la unidad viviente de espíritu y sangre, alma y cuerpo. Debe ser recibida con su sentido y con su forma, con su sonido, con su calidez y su potencialidad. Éste es el significado de la comparación de la palabra con la semilla.

La palabra tiene que ser efectivamente escuchada, no solamente leída. La palabra se dirige hacia nuestro interior a través del oído, no a través de la vista -de la misma manera que debemos percibir la forma y el color con la vista, no con el oído, según una transformación artificial. El “como” -la forma- no puede ser separado del “que” -el contenido-. La Palabra mediada por la escritura y la vista es diferente de la palabra hablada y percibida por el oído. En la lectura, la palabra se reduce, ya que, en lugar del sonido, se presenta la letra impresa. En el culto divino, la palabra no sólo debe ser leída. Si se intentase hacer sólo esto, todo lo que se necesitaría sería repartir libros, y todos, tanto el sacerdote como los fieles, se sumergirían tranquilamente en ellos, con lo cual se conformaría una sociedad de lectores. Lamentablemente, la misa, muchas veces, se ve reducida sólo a eso, pro no deber ser así. La palabra tiene que elevarse desde el Libro Sagrado hacia los labios, atravesar el espacio, ser escuchada por oídos atentos y recibida por corazones bien dispuestos.

Por eso, a partir de las circunstancias actuales, debemos hacer las cosas de la mejor manera posible. Ante todo, cuando el texto sagrado es leído, hay que escucharlo con perfecta atención, no sólo como si se esperara una señal para saber “dónde estamos”, sino para recibirla con el espíritu despierto, con el alma abierta y con el corazón dispuesto. Esta atención es tanto más necesaria, por cuanto ya hemos escuchado innumerables veces estas palabras sagradas. Nos hemos habituado a ellas, por eso no causan una profunda impresión en nosotros, ya que creemos que conocemos demasiado bien lo que significan las afirmaciones del ¨Sermón de la Montaña, las parábolas de Jesús o las frases de las cartas de los Apóstoles. Cuando se las lee, pareciera que inclinásemos la cabeza y dijésemos: “¡ya las sabemos!”. Debemos superar esta mala disposición, porque si no nuestra alma será como una calle sobre la cual siempre transitan peatones y circular coches, es decir, será áspera e incapaz de recibir semilla alguna. Sería bueno que leyéramos previamente los textos sagrados, en las vísperas de la celebración. Quizá sería mejor leerlos en el texto bíblico mismo, para poder comprenderlos mejor en el contexto y consultar lo que dicen las notas que aclaran o explican los pasajes difíciles.

Lo mismo vale para los restantes textos de la misa, es decir, para la antífona de entrada, para el ofertorio y para la comunión. También aquí obraremos bien, si escuchamos con atención. Cuando lo que dice lector resulta casi inaudible -lo que lamentablemente es muy común-, la palabra escuchada tiene siempre mayor potencialidad que la leída. Es esta ocasión, se podrá también hacer hincapié en que, a veces, los breve pasajes citados líneas arriba, variables para cada día, no resultan muy comprensibles a causa de su brevedad. Estos textos son extraídos siempre de contextos más amplios, ante todo los Salmos, pero también de otros libros de la Sagrada Escritura. Por eso es muy provechoso, en un segundo momento, consultar el pasaje correspondiente en la Biblia y comprenderlo en su contexto.
 
                       (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / La palabra como revelación 14/2, p. 57-58)

 

 

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