Es uno de los heroísmos más sublimes y valientes que un ser humano puede hacer. Enfrentarse a la masa enfurecida, corriendo el riesgo a ser excluido de la tribu, tras ser señalado y satanizado como traidor. Eso son palabras mayores, dignas de un intrépido quijote. Pocos lo hacen, poquísimos, y así lo constató la escritora judía Hannah Arendt en
Ese miedo a dejar la tribu, prefiriendo
permanecer en ella viviendo en la mentira, a estar solo por asumir la verdad,
no es algo exclusivo de las personas que vivieron en el nacional socialismo o
bajo el yugo del comunismo… también hoy está muy presente.
Hay dos historias curiosas, de estos
años, que reflejan el miedo que provoca la masa encolerizada y el ejercicio
permanente del mico-cobardías que nos conduce a la autocensura. La primera se refiere
a una política de Ciudadanos, Lorena Roldán, que llegó a ser líder del partido
en Cataluña y miembro de su ejecutiva nacional. Sustituyó a Inés Arrimadas tras
la decisión de la gaditana de trasladarse a Madrid, y una vez proclamada como
responsable del partido naranja en el Principado se publicaron unas fotografías
de 2013, en la que se le veía participando alegremente en una Cadena Catalana,
con todo el kit de merchandising separatista: estela indepe, gorra
indepe, camiseta Indepe… No había lugar a dudas de que era ella, y que
estaba disfrazada como si fuera una radical de la CUP. El escándalo fue
mayúsculo. ¿La líder del principal partido antinacionalista en Cataluña
participando en una manifestación en pro de la independencia…?
Roldán salió al paso con unas
declaraciones en las que se ponía de manifiesto su nulo heroísmo ante la
presión de la masa nacionalista, y su miedo a ser expulsada del trabajo: “En
aquel momento, trabajaba en la Administración Pública y mis jefes eran cargos
políticos de unos partidos concretos. En ese contexto, cuesta decir lo que
piensas cuando se organizan manifestaciones a minutos de silencio. Te tienes
que significar. Te preguntan, te señalan y te da miedo perder el puesto de
trabajo”.
La otra historia es aún más surrealista.
Se presenta en Madrid el libro “Por qué dejé de ser nacionalista”
(LibrosLibres), con testimonios de catalanes que hicieron su particular camino
de Damasco. Se abre el turno de preguntas y un señor toma la palabra para hacer
un discurso emotivo y, a la vez, racional y profundo sobre el veneno
supremacista, y la necesidad de extirparlo. Hasta ahí todos de acuerdo. Pero
cuando ya aterrizaba su miniponencia, advierte que si viviera en Cataluña sería
el más radical de los nacionalistas, y abrazaría con entusiasmo las mentiras indepes
ya que no estaba dispuesto a” perder su puesto de trabajo, ni a ser tratado
como un paria, ni a ser señalado como un inadaptado”. Es lo que nos recuerda
Hannah Arendt: “Ha habido pocos (individuos) que resistan a la multitud, que permanecieran
solos ante las masas manipuladas atreviéndose a decir no cuando se les exigía
un sí”.
Perpetuarse dentro de la tribu nos da
cierta seguridad. Estamos arropados y sentimos que pertenecemos a un grupo.
Notamos el calor de ser aceptados y eso nos da una cierta identidad. Si el
grupo es cada vez mayor y tiene cierta notoriedad, nuestra autoestima aumenta,
ya que formamos parte de algo relevante. Sin embargo, perder ese estatus de
consideración por parte de otros, siendo rechazados o señalados, con el riesgo
de estar solos, es algo que pocos están dispuestos a asumir.
Los bárbaros saben bien que deben empujar a las masas enfurecidas para que amenacen a sus iguales con expulsarlos de la tribu. No hay acción política más eficaz para controlar una población mediante el miedo.
(autor
Álex Rosal, LIBROSLIBRES, con el título que encabeza, capítulo 15, p. 40-42)
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