miércoles, 5 de junio de 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA: La palabra
Romano Guardiani, capítulo 15/2

    Anticiparemos algo que será tratado después con más detalle, pero que debe ser repetido en lo que se refiere al núcleo y a la esencia de toda la misa. Lo que Jesús realizó por medio de esas palabras en la Última Cena fue distinto lo que hizo en otra oportunidad, cuando dio una “muestra del poder de Dios”, del cual estaba totalmente imbuido. Esas palabras no llamaban sólo a las fuerzas de la creación a servir al Reino de Dios, sino que, además, constituyen el fundamento de un nuevo mundo, junto con la Encarnación y la Resurrección. Esas palabras son del mismo rango o jerarquía que aquéllas que en el principio crearon el mundo. Pero para el Señor esas palabras debían consumar su obra creadora una única vez, en esa noche, y hacerlo en forma incesante desde aquel momento “hasta que él vuelva”, tal como dice san Pablo (1 Cor 11,26). Estas palabras debían resonar en forma ininterrumpida en el transcurso de la historia, y eso nuevo debía reproducir lo que esas palabras habían obrado por primera vez en ese entonces. Por eso el Señor se las transmitió a sus discípulos, encomendándoles: “haced esto en conmemoración mía”.

      En consecuencia, cuando el sacerdote dice estas palabras, éstas no sólo son comunicadas, sino que ellas mismas surgen y crean. Por eso también es evidente que aquí no sólo estamos en presencia de un hombre que le habla a la comunidad. Si bien el sacerdote pronuncia estas palabras, ellas no le pertenecen: él sólo las transmite, pero en una forma tal que no depende ni de su fe personal, ni de su piedad ni de su capacidad moral, sino de su oficio. A través de su oficio, el sacerdote efectúa lo que el Señor ha encomendado. Quien en realidad pronuncia estas palabras ahora, al igual que antes, es Cristo: únicamente él puede pronunciarlas. El sacerdote simplemente le presta al Señor su voz, sus pensamientos, su voluntad, su libertad… en la misma forma que el agua sirve para el Bautismo, aunque el nuevo nacimiento no se origina en su capacidad purificadora, sino en el poder de Cristo. Cristo es el que bautiza, al igual que es él quien pronuncia las palabras de la consagración en la misa.

      Nuestra propia actitud tiene que estar de acuerdo con la índole de estas palabras. En ellas no se trata simplemente de un escuchar y de un aceptar piadosos, pero tampoco de una consumación en sentido específico. Lo primero sería poco, pero lo segundo sería por cierto demasiado. El sentido correcto lo da la exclamación del diácono, quien afirma luego de las fórmulas consagratorias: “Mysterium fidei - ¡Misterio de la fe!”. La exclamación anuncia que ahora se revelan la obra más íntima de Dios y su amor más profundo. Nos exige estar atentos e introducirnos en ellos, con toda la energía de la que es capaz nuestra fe”.

            (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / La acción sagrada, capítulo 15/2, p. 61)

No hay comentarios:

Publicar un comentario