CESAREA DE FILIPO. Ciudad antigua y nueva, presta siempre al cambio y ahora también al hecho trascendental. Cesarea fue un límite hasta que Jesús, en una de sus incursiones a territorio gentil, allega el gesto y anuncio siempre fascinante de su palabra. El lugar ofrecía todos los atractivos imaginables: una ciudad populosa, signos sobrados de antiguas y constante religiosidad, aromas bíblicos de rancia presencia profética, las mismas estribaciones altivas del Hermón inmediato, de impresionante blancura, desde sus madrugadoras nieves, para el entusiasta espectador lejano, y un abundante manadero de aguas escalonadas, de descansillo en descansillo, río abajo, hacia el sonoro esplendor de sus cataratas, donde el Jordán abrevará las primeras aguas caudalosas de sus afluentes montaraces.
Roca viva, agua viva, son entorno semántico lo suficientemente significativo como para que Jesús sitúe allí el lugar exacto en que infundir, en la roca de Pedro, la palabra viva que lo erija cabeza suya visible, para dirigir en su nombre la Iglesia, llegado el instante previsto. Cefas, la roca en Cristo; la fuente, Cristo siempre.
BANIAS. Es el lugar norteño de esta región donde nace el río del mismo nombre, a los pies del Hermón; el Banias conjuntamente con el Hasbani y el Dan son los afluentes que conforman el río Jordán. También se le llama “Fuentes del Jordán”, por la misma razón. Se conservan, abiertos en la roca, una gruta y unos nichos tallados ex profeso para albergar al dios Pan, que lo era de la naturaleza. Herodes en Grande construyó además un templo, el Augusto, posteriormente ampliado por el tetrarca Filipo en honor al emperador Augusto.
Es justo aquí donde se localiza la Cesarea de Filipo hasta la que llegó Jesús y donde tiene lugar el pasaje de Mt 16, 13-20, sobre la confesión mesiánica de Pedro. No puede extrañar, pues, que llegara a ser sede episcopal en el siglo IV, y su obispo asistiera al Concilio de Nicea. Muy cerca, encaramado a unas alturas, pueden verse aún las ruinas del castillo cruzado de Nimrod. Desde allí, se divisa una espléndida panorámica de todo el valle de Hule.
Las excavaciones de 1989, hechas por el Departamento de Antigüedades de Israel, han descubierto frente a la gruta elementos del siglo I d.C. que pudieron ser templos o ninfeos, posteriormente convertidos en un edificio público. La zona este de la Gruta era el centro cívico y cultural de la vida de la ciudad. Así lo testimonian los últimos descubrimientos de edificios romanos: un foso, un edificio público, probablemente un templo pagano que data del tiempo de Filipo, con columnas de 1,20 de diámetro, además de tiendas y almacenes alineados a lo largo de la calle. Las tiendas son de época bizantina y muestran señales de incendio. El foro, de tipo absidal comprende 12 salas abovedadas. Han aparecido ya 400 metros del cardo maximun. Sobre el templo, hubo una iglesia en el siglo IV.
En las excavaciones del templo del dios Pan, se ha localizado un “cementerio” de dioses paganos: Zeus, Atenea, Diana, Afrodita, Pan y Heracles. Al parecer, en el siglo IV, cuando se impone el cristianismo, debieron de enterrarlas. Últimamente, han aparecido un establecimiento de sumo interés, de época romana, llamado en griego asklepion, noble edificio de dos plantas, una de ellas subterránea, alrededor de la cual quedan alineadas salas, patios y un pequeño teatro de este centro terapéutico.
La Confesión de Pedro. Llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo y preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o un de los profetas. El les preguntó: Y nosotros, ¿Quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi padre que está en el cielo. Ahora te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del Infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. (Mt 16, 13-20).
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(Teodoro López, Carlos Sáez, Ángel Martín, Peregrinación a Tierra Santa, relato 38, p.89-90)
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