viernes, 4 de octubre de 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN DE LA SANTA MISA
La comunidad y la Iglesia
Romano Guardiani, capítulo 19 / 1

      Cuando los que concurren a la iglesia se introducen en el espacio sagrado, lo hacen como personas individuales, con sus cualidades y circunstancias particulares, sus preocupaciones y anhelos. Cada uno está en sí y frente a los otros, cada uno está cerrado herméticamente en si mismo, imbuido de todas esas sensaciones basadas en las palabras: “yo… no tú”, con sentimientos de extrañeza, de indiferencia, de desconfianza, de arrogancia, de aversión y de enemistad; mediante los endurecimientos que trae consigo la lucha de la existencia cotidiana y los desengaños que ha experimentado la buena voluntad. Así ingresan en el templo, así se paran, se arrodillan y se sientan dentro de él. Pero esto no constituye todavía una comunidad.

       Consideremos lo que es incorrecto o cuestionable en esta actitud, como ser la dureza de corazón, el orgullo, el rencor, etc. En su interior, se encuentran hombres con sus pensamientos, sentimientos, aspiraciones, etc. Cada uno de los asistentes con toda su actitud: “yo”. Pero esto también adquiere, por lo general, la forma de un amor propio ampliado. En lugar de un yo individual, se presenta el yo como grupo natural, el cual no tiene nada que ver con lo que efectivamente significa la “comunidad”. En realidad, la comunidad es la asamblea de los que pertenecen a Cristo, el pueblo santo de Dios unido en la fe y el amor. Lo específico en ella es la obra de Dios, la nueva creación realizada por él. Pero eso específico se expresa en la actitud de los hombres mismos.

      Si alguna vez consideramos atentamente las oraciones de la santa Misa, notaremos que en ellas la palabra “yo” se usa en muy contadas ocasiones. Cuando aparece es porque tiene una razón precisa. Por ejemplo, en la oración inicial, ante todo en el “yo confieso…”; en el Credo, donde el individuo hace una profesión de fe personal ante la revelación de Dios; en las oraciones inmediatamente antes de la comunión, porque justamente proceden de lo más íntimo del individuo. Pero, por lo general, se dice “nosotros”: te alabamos, te adoramos, te bendecimos, te damos gracias, te glorificamos, perdónanos, socórrenos, ilumínanos… Este “nosotros” es la comunidad, es algo reconocido, querido y perfeccionado en forma acorde a lo que significa. Con esto decimos también que no estamos haciendo referencia específicamente a la “vivencia comunitaria”, a la experiencia gozosa, grande o impactante, de la unidad íntima de muchos frente a Dios, la cual a veces sobrepasa a los individuos, los satisface y sostiene. Como toda vivencia auténtica, esa experiencia es un don que o bien se prolonga por horas o bien no es concedido, sin que se puede hacer algo respecto a eso. Aquí no estamos hablando de la “vivencia”, sino de la “realización efectiva” de la comunidad. No se trata de lo que se nos ofrece, sino de loque queremos y debemos hacer.

      Para avanzar, tendremos que tener en claro, ante todo, cuán profundamente estamos encerrados en nosotros mismos y qué egoístas somos, a pesar de todo lo que decimos sobre la comunidad. Cuando hablamos de comunidad, solemos referirnos sólo a una vivencia de autoexpresión, en la que sentimos la vida colectiva a nuestro alrededor, y apoyados en ella nos elevamos por encima de nuestra pequeñez, con lo cual nos sentimos más fuertes o más entusiasmados que de costumbre. Pero, en realidad, los hombres están siempre solos consigo mismos, aun cuando están durante mucho tiempo junto a los demás. Lo que se opone verdaderamente a la comunidad no es el individualismo, sino el egoísmo. Éste es el que debe ser derrotado, lo cual no se consigue por un frecuente y extenso trato social, sino por la superación interior del propio parecer, se asumen sus deseos como propios y uno se humilla a sí mismo a causa de ellos.

      Quizá en alguna ocasión, particular nos daremos cuenta de cuáles son los muros de indiferencia, de falta de respeto y de enemistad que se levantan entre nosotros y el otro, por lo cual antes de la misa o durante la oración inicial, buscaremos derribar esos muros. (continúa)                     (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / La comunidad y la Iglesia, 19/1, p. 72-74)

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