miércoles, 9 de octubre de 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA
La comunidad y la Iglesia. Romano Guardiani, capítulo 19 / 2

      En el Yo confieso, el celebrante y los fieles reconocen su pecado. Su confesión se dirige a Dios y a la vez a los demás que están ante Dios, pero también se dirige a María, la Madre del Salvador, al arcángel Miguel a Juan Bautista, a los apóstoles Pedro y Pablo y a todos los santos. Después del arcángel, quien aparece aquí como el conductor de las milicias celestiales, se encuentra el mundo de los ángeles. Pero los santos, de quienes se habla aquí, no son solamente esos grandes personajes individuales a quien casi siempre designamos con este término, sino todos los hombres redimidos y vueltos a la casa del Padre celestial. También en otros lugares son mencionados los que ha sido llamados a entrar en la vida eterna. 

      Significa que la comunidad no se extiende sólo sobre toda la tierra, sino que, además, sobrepasa también los límites de la muerte. A partir de los congregados en torno al altar, se extiende hacia todos lados, y como comunidad verdaderamente sustentadora aparece la totalidad de la humanidad redimida.

      La Iglesia en esta comunidad universal. La conciencia de ser ella la que sustenta la acción sagrada se pone de manifiesto una y otra vez. Es evidente que la misa es algo totalmente diferente del acto religioso privado de un individuo. Pero tampoco es el culto de una comunidad reunida en una forma particular, como es el caso de una secta. La comunidad es “Iglesia” en toda la extensión de la palabra. Que tan grande es esta extensión, se torna evidente cuando leemos lo que san Pablo y san Juan dicen sobre ella. Ella es ilimitada, ya que se hace una sola cosa con la creación redimida. “El nuevo hombre”, “el nuevo cielo y la nueva tierra” son los nombres con los que se expresa su total compenetración. Esta Iglesia no es simplemente la totalidad de los redimidos, ligados a la totalidad de las cosas, sino que es, más bien, una unidad viviente. Ella está configurada y conformada, lleva en sí una imagen esencial dominante: el Cuerpo Místico de Cristo. Tiene poder para proclamar la doctrina de Cristo, administrar sus sacramentos y ser una autoridad cuyo respeto o desconsideración se dirigen hacia Dios mismo. En consecuencia, en la base de la acción litúrgica de la misa, no se halla solamente el número infinito de almas y corazones, la fe y el amor de la creación, sino también una unidad conformada, ordenada, respetable y dotada con pleno poder.

     De todo esto surge la obligación de adaptarse a esta totalidad. Existe en el hombre la inclinación a la intimidad y al aislamiento religioso, a los cuales se opone la grandeza y la amplitud de lo que estamos considerando aquí. Pero hay también una hostilidad, más pronunciada que aquéllas: la del sentimiento religioso moderno, contra lo auténticamente eclesial, es decir, contra el ministerio y la institución, contra la autoridad y la estructura. Tenemos tendencias a ver lo religioso únicamente en lo inmediato y en lo que fluye libremente a raudales, en tanto la autoridad y la institución tienen escasas influencias sobre nosotros. Es por eso que se necesita aquí una autodeterminación todavía más importante. En el texto de la misa, se impone continuamente esa actitud que ha sido llamada “romana”, la cual justamente reposa en esta conciencia de la unidad constituida, de la autoridad dada por Dios, de loa instituido y de lo legítimo. Sus exteriorizaciones apenas dicen algo, ya que nos resultan algo extraño, incluso muchas veces nos parecen algo irreligioso.

                    (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / La comunidad y la Iglesia, 19/2, p. 74-76)

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