Quienes en aras del impulso que mantiene
la rectitud del camino, llegan hasta Cafarnaún, centro de operaciones del
colegio apostólico, deben apropiarse, como destinatarios únicos, la aclamación
de san Pablo: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca, en tu corazón, esto es
la palabra de la fe que predicamos” (Rom
10,8). Alguien ha dicho hoy muy oportunamente que “la actitud
fundamental del cristianismo es la escucha”. Y que “el cristianismo tiene que
purificarse por medio de la atención a la voz del Espíritu (Ap
2,7 y ss.) ya que la fe ha nacido de la escucha” (Ap
3,3).
Estamos ocupando el nudo mismo de la red
de itinerarios diversos donde sonó por vez primea la palabra del mensaje
evangélico, y sabemos con qué desilusión y desconsolada contrariedad lamentaba
Jesús el desamparo de cuantos se resistían cómodamente a escucharle, con la
excusa displicente de que la divina palabra implicaba una y comprometida
aceptación de verdades y conductas que tildaban de insólitas, arduas de
realizar y extrañas al entendimiento.
Desoír la palabra que prende, como
estrellas, verdades de fe en el horizonte del camino, es tanto como equivocar
la ruta y dar por buena la pérdida inexorable del rumbo, en la misma medida que
la simiente ha venido a ocupar el corazón de la indiferencia, del desprecio, de
la disimulada altivez o el descuido culpable.
Si por el contrario nos interesa no
enturbiar la fuente de la verdad que nos salve de nuestro egoísmo e inanidad,
es inaplazable una atenta y dócil disposición a apropiarnos su palabra.
Acojámonos a la presencia de Jesús en nuestra historia, aquí mismo, en el
escenario de la suya, instalémonos en el mapa cordial de sus desvelos, y su voz
nos desvelará a cambio la verdad que nos hará libres.
(Mt
9,9). Su existencia arranca del siglo II a.C. Sus habitantes, agrupados
en pequeños núcleos familiares, con sus comercios, instalaciones agrícolas,
sinagoga y cementerio, se dedicaban principalmente a la agricultura y a la
pesca.
Jesús paseo por sus calles, yendo a la
sinagoga, a la casa de Jairo, se acercará al telonio de Leví y no mostró
escrúpulo en ir a la casa del centurión romano.
La ciudad de Jesús (Mt
9,1) con su sinagoga, lugar del desconcertante discurso del pan de
vida, y su casa (Mt 13,1) la
de Pedro, debe considerarse también un santuario mariano por la presencia de la
madre de Jesús (Jn 2,12; Mt 12,46-50).
Durante los tres primeros siglos de
nuestra era, la población de Cafarnaún la formaban los hebreos ortodoxos y los minim
o conversos judeo-cristianos, evidenciado este último extremo por la cantidad
de platos de terra sigilata que muestran inciso el signo de la cruz y
los números grafitos encontrados en las paredes de la Domus Ecclesiae.
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