miércoles, 19 de febrero de 2025

EL DECÁLOGO: LOS DIEZ MANDAMIENTOS
EL ROSTRO DE DIOS, REVELADO EN CRISTO

 Se ama algo en la medida en que se lo conoce y se ve que es buen. Así amamos el dinero, en la medida en que nos parece bueno: y, de otro modo, amamos a nuestros amigos: porque nos damos cuenta de que son buenos. Si nos parecieran malos, nos apartaríamos de ellos y no podríamos quererlos. Esto es una ley de la psicología humana y una ley necesaria: no podemos amar lo que no nos parece bueno. Pero al revés también es verdad, no podemos no amar lo que se nos manifiesta como bueno. Y esto pasa con las cosas y también con las personas: todo lo que se nos manifiesta como bueno lo amamos y todo lo que nos parece malo, nos causa repugnancia.

      Entonces, ¿el amor es libre? Es libre en aspectos secundarios, pero no es libre en los aspectos principales. Es decir, yo puedo ponerme en ocasión de amar a algo o a alguien, si lo trato con mayor o menor frecuencia, pero no puede evitar amarle si es bueno. Y no puedo evitar no amarle si no es bueno. Es una cuestión de principios.

      El conocimiento de Dios tiene una doble fuente. La primera es la revelación de Dios mismo. Sabemos cómo es Dios, porque Él mismo se ha mostrado en la historia de la humanidad: en la historia del pueblo de Israel, y en el mensaje de Jesucristo. En el Antiguo Testamento (la Biblia judía), se nos ha mostrado como un Dios de misericordia y de justicia. En el Nuevo Testamento (los Evangelios y los escritos de los apóstoles), como un Dios, que es llamado Verdad y Amor, y que se manifiesta como Padre. Por eso, en la medida en que se vive la fe cristiana, y se descubre que es justo y bueno y que nos quiere como Padre, es fácil amarle.

      Pero para amarle con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas hace falta algo más. Aquí viene la segunda fuente: la experiencia personal de Dios, que se produce al tratarle y descubrirle personalmente. Si no hubiera tanto testimonio en la historia, podría parecer imposible. Sin embargo, son muchos los cristianos que han seguido ese camino de conocimiento personal de Dios y han llegado a tratarle como Dios y como Padre. Para nosotros estos santos se han convertido en maestros de oración.

                 (Juan Luis Lorda, Los diez mandamientos, colección Patmos 269, p. 31 ss. -extracto)

 Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón Él es el único Mediador entre Dios y los hombres.

 Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, tiene una inteligencia y una voluntad, perfectamente de acuerdo y sometidas a su inteligencia y a su voluntad divinas que tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo.                                                                                                                                 (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 481 y 482)

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