Entonces, ¿el amor
es libre? Es libre en aspectos secundarios, pero no es libre en los aspectos
principales. Es decir, yo puedo ponerme en ocasión de amar a algo o a alguien,
si lo trato con mayor o menor frecuencia, pero no puede evitar amarle si es
bueno. Y no puedo evitar no amarle si no es bueno. Es una cuestión de
principios.
El conocimiento de
Dios tiene una doble fuente. La primera es la revelación de Dios mismo. Sabemos
cómo es Dios, porque Él mismo se ha mostrado en la historia de la humanidad: en
la historia del pueblo de Israel, y en el mensaje de Jesucristo. En el Antiguo
Testamento (la Biblia judía), se nos ha mostrado como un Dios de misericordia y
de justicia. En el Nuevo Testamento (los Evangelios y los escritos de los
apóstoles), como un Dios, que es llamado Verdad y Amor, y que se manifiesta
como Padre. Por eso, en la medida en que se vive la fe cristiana, y se descubre
que es justo y bueno y que nos quiere como Padre, es fácil amarle.
Pero para amarle con todo el corazón, con
toda el alma y con todas las fuerzas hace falta algo más. Aquí viene la segunda
fuente: la experiencia personal de Dios, que se produce al tratarle y
descubrirle personalmente. Si no hubiera tanto testimonio en la historia,
podría parecer imposible. Sin embargo, son muchos los cristianos que han
seguido ese camino de conocimiento personal de Dios y han llegado a tratarle
como Dios y como Padre. Para nosotros estos santos se han convertido en
maestros de oración.
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