PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
El señorío es el modo en que Dios existe,
y también Cristo ejerce este señorío. No por casualidad enseguida se ha
introducido para él el nombre que sólo es válido para Dios: “Kyrios Christos”,
y esto sucedió con la propia naturalidad que posee lo inevitable, porque él era
realmente Señor. Por eso, Jesucristo reclama también el dominio no sólo sobre
las cosas, sino también sobre lo que es más que las cosas: la Alianza y la Ley
de Dios. A los fariseos, que le decían que sus discípulos no podían cortas
ninguna espiga en día de sábado, les contesta que el Hijo del hombre es
dueño del sábado, y junto con el sábado lo es también de toda la Ley (Mt
12,8). En la Última Cena, ejerce su señorío sobre la Alianza, cuando declara
que la antigua ha concluido e instituye la nueva (Lc 12,20). Jesucristo mismo
instituye esa acción -la Eucaristía- que constituye el núcleo y la fuente de la
vida cristiana.
Nosotros conocemos muy bien el momento en
el que él ha hecho esto, y de qué manera lo ha efectuado. Los Evangelios según
san Mateo, san Marcos y según san Lucas cuentan de qué forma Jesús ha
celebrado, por última vez, la Cena pascual con sus discípulos antes de su
muerte. En esta celebración, separándose claramente de la Antigua Alianza, ha
instituido, por medio de su sangre, el nuevo banquete en conmemoración suya y
la Nueva Alianza. El evangelio de san Juan relata, en el capítulo sexto, el
discurso que pronunció Jesús en Cafarnaún, en el que ha proclamado por
anticipado esta Institución. Finalmente, san Pablo habla de ella en el
capítulo undécimo de su Primera carta a los Corintios y destaca claramente que
el Señor mismo se lo ha revelado.
En síntesis, lo que se instituyó en esa
ocasión está establecido por Dios. Aquí el hombre no tiene nada que crear ni
determinar, sino obedecer y realizar. No sólo eso: esta Institución también ha
transmitido un poder, una custodia y un orden especiales. En sí, se podría
pensar que el Señor habría instituido el Misterio y luego lo habría confiado al
sentimiento piadoso de sus fieles. Luego este Misterio se habría deslizado por
la historia y habría experimentado su difusión particular a partir del contenido
de las horas respectivas, a partir de la peculiaridad de los pueblos y épocas.
Pero, no realidad, no se ha desarrollado así.
Ha ordenado a la Iglesia a través del ministerio y del poder, cuando eligió a los apóstoles y les dijo: “Quien a vosotros oye, a mí me oye” (Lc 10,16): “Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el Cielo” (Mt 18,18). El ministerio debía continuar a lo lardo de la historia “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Es por eso que los apóstoles debían tener sucesores, a quienes aquéllos tenían que transmitir su ministerio. La Institución está confiada a este ministerio y a la Iglesia. Su autoridad determina la forma de la realización y la difusión particular del culto sagrado.
A partir de esto, se torna cuál es la
actitud que, en primer lugar, la Iglesia exige de nosotros: fe, piedad y la
participación más viva, pero no de tal modo que nuestra vivencia personal se
guíe por ellas y se libere nuestra energía religiosa creativa, sino como
disponibilidad y obediencia. Cuando los fieles concurren al templo a celebrar
la santa Misa, no lo hacen para expresar la profunda emoción religiosa de la
comunidad o para recibir estímulos a indicaciones útiles por parte de un hombre
que les despierta confianza. Ellos ingresan en un ordenamiento puesto por Dios,
para efectuar un servicio que está organizado de antemano.
La Institución del Señor pertenece al ámbito de la revelación y, junto con ésta, al ámbito de la creación. Reconocer esto es clave para poder comprenderla, y aceptarla es dar el primer paso en el santuario.
**********************************
No hay comentarios:
Publicar un comentario