LA UNICIDAD DE LA PERSONA DE CRISTO
Al
terminar el siglo IV, toda la teología era consciente de la necesidad de
mantener firmemente la integridad de las dos naturalezas en Cristo. Nicea había
puesto de relieve la unidad de Cristo y la perfecta divinidad del Verbo; el
rechazo del apolinarismo había recalcado, a su vez, que la unidad de Cristo no
podía afirmarse sobre la negación de una humanidad completa. Era claro que
ambos extremos -unidad y diversidad en Cristo- debían ser afirmados sin ninguna
ambigüedad.
Por otro
lado, con la afirmación de la doble naturaleza de Cristo se habían clarificado
puntos importantes del misterio de la Encarnación, entre ellos, la
consustancialidad de Cristo con el Padre y con los hombres y, por tanto, se había
clarificado la naturaleza de su mediación, pues ésta se fundamenta en el mismo
ser de Cristo. Esta mediación hay que entenderla no como la mediación de
alguien que estuviese ontológicamente entre Dios y los hombres -como mediación
de un ser intermedio-, sino como la de quien, por unir en sí mismo lo
humano y lo divino, pertenece por propia naturaleza a ambos mundos. La
mediación de Cristo se realiza pues en la íntima unidad de su ser. Era lógico,
pues, plantearse en forma refleja la cuestión de cómo concebir esta unidad.
La
unidad de Cristo se constituye así en el centro de atención de la cristología
del siglo V, indisolublemente unidad a la soteriología. Se trata de una
cuestión sobre la que las tradiciones alejandrina y antioquena, tenían
posiciones diversas y complementarias, y que podía haberse solventado en forma
pacífica. No fue así, sino que estalló en forma apasionada, alcanzando momentos
muy agrios, sobre todo, en el enfrentamiento de sus personajes más
emblemáticos: Nestorio (+450), patriarca de Constantinopla, y Cirilo (+444),
patriarca de Alejandría. Los tiempos y el pensamiento teológico se encontraban
duros para afrontar esta cuestión, pues contaban con la rica herencia teológica
recibida de los siglos anteriores.
Cristología y soteriología
Son inseparables. La primera es el estudio de la Persona de Cristo; la segunda es el estudio de la obra de Cristo, es decir, la salvación de los hombres. Ambos extremos son inseparables, porque en Jesucristo su ser, es decir, su naturaleza de Dios y hombre, y su vocación del Salvador son inseparables.
(Fernando Ocáriz/Lucas F. Mateo-Seco/José Antonio Riestra,El Misterio de Jesucristo, Editorial Eunsa, 4ª edic. p. 28 y 191)
No hay comentarios:
Publicar un comentario