viernes, 7 de febrero de 2025

 PREPARACIÓN PARA LA CELEBLACIÓN
DE LA SANTA MISA
La Institución. Romano Guardiani, capítulo 23/1

 La Santa Misa pertenece al segundo ámbito de la vida religiosa. Es un modo en que el cristiano se dirige inmediatamente a Dios, puesto que ella es el núcleo de esta relación inmediata con Dios. Cuando el creyente concurre a la iglesia, abandona el espacio de la existencia pública e ingresa en el otro espacio reservado de la casa de Dios. Allí él se encuentra reunido en comunidad con los otros y, en presencia de Dios, permanece en el culto sagrado.

      La vida religiosa es la unión del hombre con Dios. No consiste simplemente en un conocimiento o en una experiencia, sino también en un estar-realmente-unido a él. Dios es, y también el hombre es, pero frente a Dios y originado por él. De Dios al hombre y del hombre a Dios hay una relación, más esencial y real que todo aquello que dentro del mundo puede vincular a un ser a otro. Esta unión y efecto que ella produce en la experiencia, en el pensamiento y en el obrar del hombre es la vida religiosa.

      La vida religiosa puede recibir ahora una doble orientación. Puede integrarse en el obrar cotidiano, en el intercambio con los otros hombres, en la relación con las cosas, en el trabajo, la labor y el combate de la existencia cotidiana. Puede ser que un hombre realiza en forma responsable su labor diaria, porque es consciente de que esta última responde a la voluntad de Dios; o respetuoso del mandamiento divino, vacila frente a una injusticia; o bien, acoge con paciencia y compasión al prójimo, al estar impregnado del amor de Cristo. Esta es una auténtica vida religiosa, hasta cierto punto la demostración de la autenticidad religiosa. La religión llega a ser aquí el alma de la misma existencia cotidiana, aquello que la Sagrada Escritura llama “el caminar en presencia de Dios”. Pero la vida religiosa también puede separar de las acciones y sucesos externos y dirigirse inmediatamente a Dios, por e. j. cuando el individuo medita sobre la revelación divina; cuando se dirige con sus peticiones a él; cuando camina interiormente delante de Dios; cuando examina su propio obrar y se renueve en el bien.

      Sin embargo, ahora debemos distinguir algo. Lo que hacemos en este espacio reservado no surge de la espontaneidad de nuestra vivencia y necesidad religiosa, como si concurriéramos a la iglesia a causa de una gran penuria colectiva y expresáramos nuestra aflicción frente a Dios. También este es naturalmente posible, y pertenece a las experiencias religiosas más intensas que puede vivir un hombre, cuando él -junto con los otros- se pone delante de Dios y siente que él es aquél de quien todo procede y hacia quien todo se dirige. Pero lo que acontece en la Santa Misa no tiene este carácter, por cuanto ella no es la expresión espontánea de la existencia, que se entiende y se desenvuelve religiosamente en sí misma. Tampoco es el resultado de esa energía creadora, que a partir de la agitación interior del momento articula la palabra piadosa y la acción expresiva, sino que es algo ordenado en sí mismo y establecido como válido para siempre. Nunca se desarrolla a partir de la relación del individuo y de la comunidad con Dios, sino que sale al encuentro del hombre y exige que él la reconozca, confíe en ella y la realice. No se basa en creación, sino en la institución.

      Pero tal institución no la puede realizar cualquiera, sino sólo quien está facultado para hacerlo. Ella no tiene su origen en la piedad personal o en la súbita idea creadora, sino en la autoridad: quien tiene autoridad, puede realizarla en su ámbito. Allí donde el padre es la cabeza reconocida -también en sentido religioso- de la familia, puede introducir una costumbre o una celebración que luego une a la familia.

      El hombre no tiene poder para disponer un precepto tal. No hay ninguna autoridad terrenal que pueda obligar de una forma tal, lo cual prueba el hecho que siempre afirmamos de que todo auténtico poder proviene de Dios. Dios no le ha concedido al hombre establecer una acción que obligue a todos los pueblos y épocas por igual.

                (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / La Institución, capítulo 23/1, p. 88-90)

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