LEY
NATURAL E IGLESIA, SOCIEDAD Y POLÍTICA
Para Platón y Aristóteles la sabiduría es hija de
Zauma, esto es, de la sorpresa. Por lo tanto, el saber comienza con el asombro,
la admiración, el maravillarse. Santo Tomás de Aquino expone un concepto de la
razón humana amplio y confiado: “El bien del hombre, como hombre, no es el
que se cifra en las sensaciones corporales, sino el que es conforme a la razón”.
Amplio, porque no está limitado a los espacios de la razón empírico-científica,
sino abierto a la totalidad del ser y, por tanto, también a las cuestiones irrenunciables
de del vivir humano. Confiado, porque la razón humana, sobre todo si se acoge
la fe católica, promueve una civilización que reconoce la dignidad de la
persona, esto es: la fuerza de sus deberes y la intangibilidad de sus derechos
naturales: Con lenguaje rigurosamente filosófico definió Santo Tomás la
criatura humana como: “lo más perfecto que hay en toda la naturaleza, es
decir, un sujeto subsistente en una naturaleza racional”.
No todo
proviene de la fe. En la perspectiva moral humana, en su comportamiento hay un
lugar privilegiado para la razón, la cual es capaz de discernir la ley moral
natural. De lo cual se sique que el comportamiento humano cae bajo
responsabilidad, la naturaleza abandonada al relativismo moral, a la
frivolidad, acaba por destruirse. La razón puede reconocer esa ley natural, es
decir, tanto lo que es bueno hacer como lo que es bueno evitar para conseguir
el fin último del hombre, y que impone también una responsabilidad hacia el
prójimo, y, por tanto, la búsqueda del bien común.
En otras
palabras, las virtudes morales y teologales arraigan en la naturaleza humana
que es racional y social por naturaleza. La gracia divina acompaña, sostiene y
empuja el comportamiento ético, pero, de por sí, todos los hombres, creyentes o
no, están llamados a reconocer las exigencias de la naturaleza del hombre
expresadas en la ley natural. En ella ha de inspirarse la formulación de las
leyes positivas, es decir, las que emanan de la autoridades civiles y políticas
para regular la convivencia humana. Cuando la ley natural y la responsabilidad
que esta implica se niegan, se abre dramáticamente el camino del relativismo
ético en el plano individual, y al totalitarismo del Estado en el ámbito
político.
Ahora
bien, los valores son lo que la persona o la sociedad valoran subjetivamente.
Lo que supone centrar la atención no en razón y la verdad objetiva, sino en los
sentimientos y emociones del individuo, vaporosos y efímeros por naturaleza.
Los valores son un recurso universal para diluir lo que no se quiere declarar
expresamente o para enmascarar lo que se dice. La Iglesia actual no se atreve a
defender una educación religiosa católica, sino una educación basada en “los
valores del humanismo cristiano”. La defensa de los “valores”, se encuentra
hipotecada a una serie de legados previos que imposibilitan cualquier tipo de
triunfo.
a)
Porque se renuncia al enjuiciamiento de
la realidad donde una perspectiva clásica, que llevaría a desterrar ese
monstruoso término, sustitutivo del propiamente católico anterior: las
virtudes;
b)
Porque posterior a la renuncia antes
mencionada, se cae en una pura fenomenología de la acción, que lleva ilusamente
a pensar que el sistema liberal es neutro moralmente, debiendo ser dotado de
contenido por los valores y demás inventos moralistas;
c)
Estas circunstancias acaban convirtiendo
los valores en una máquina de conversión de católicos en liberales, que
bautizan y sacralizan los principios de la “sociedad libre”, clamando contra
los despotismos que les impiden a ellos una parcela de remanso.
(Gabriel
Calvo Zarraute, De Roma a Berlín, p. 39-41)
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