¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE CULTURA?
La cultura se dice de muchas maneras. Es una de esas
palabras que sirven de comodín y que utilizamos para designar realidades muy
diversas entre sí. Decimos por ej. que en Francia hay una gran cultura de
quesos, que Menéndez Pidal fue un hombre de extraordinaria cultura, que la
cultura corporativa de una empresa industrial se basa en la calidad de su
producción, que la cultura Maya desapareció completamente por motivos
desconocidos, que Juan Pablo II insistía en que la Fe ha de hacerse cultura, o
-en fin- que la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha invierte poco en
cultura. A la vista de tan abigarrado panorama, cabe preguntarse: ¿Hay algún
significado clave que nos pueda guiar a través de esta intrincada selva, entre
los significados de una palabra tan normal y aparentemente inofensiva como es
el término “cultura”?
Un buen
método para aclararse en este tipo de rompecabezas conceptuales y lingüísticos
es tratar de buscar algún factor común que se encuentre en todos los posibles
sentidos sometidos a examen y sin el cual no quepa dar cuenta cabal de ninguno
de ellos. Si hiciéramos algo parecido con nuestro tema -cosa que ahora no es
posible realizar en detalle- estoy convencido de que llegaríamos al
convencimiento de que la cultura tiene que
ver siempre con la perfección humana de le persona, Lo cual implica, a
su vez, que la mujer y el hombre son sujetos capaces de perfección es más, que
ante ellos se presenta ineludiblemente una tarea, consistente en lograrse a sí
mismos, pero no sólo ni principalmente en aspectos aislados y adjetivos de su
existencia, sino sobre todo en aquello que más radicalmente son, a saber, en
cuanto personas. La cultura es un avance del hombre hacia sí mismo: un conocimiento
de lo humano en el hombre.
Recordemos lo que decía Juan Luis Vives: “La persona debe esforzarse en
cultivar y adornar el espíritu con conocimientos, ciencia y ejercicio de las
virtudes; de otra manera el hombre no es hombre sino animal”.
Parece
ser que el término “cultura” procede de una metáfora agrícola. La tierra puede
ser cultivada o permanecer inculta. Cultura es, entonces, cuidado, cultivo del
espíritu, que constituye la dimensión más radicalmente humana del hombre. No es
extraño que la aplicación más elevada, y quizá la más usual del vocablo culto
se refiera precisamente a la veneración a Dios y, en general a lo divino. Es
significativo que en algunas idiomas -como es el caso del alemán- estén
etimológicamente emparentados los vocablos de designan el arte, el culto y la
cultura (Kunst, Kult, Kultur).
Y es que
la vida humana ha de ser entendida como una tarea. El hombre es una fatigosa
labor para el propio hombre, que ha de cuidar de sí mismo, de aquéllos que le
rodean y del mundo que habita. Cuidado que no se realiza de manera innata o
instintiva, como es el caso de los animales, sino que sólo se puede alcanzar al
hilo de un continuo aprendizaje, de una constante rectificación de los errores
que se van detectando y de una apremiante anticipación de las vicisitudes con
las que puede encontrarse en el futuro.
(Alejando Llano. Textos para la formación humanística,
vol. 1 (extracto) p. 15-19)
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