Capítulo sexto
EL TRABAJO HUMANO
a) La tarea de cultivar y custodiar la tierra
255. El Antiguo Testamento
presenta a Dios como Creador omnipotente (cf.
Gn 2,2; Jb 38-41; Sal 104, Sal 1.47), que plasma al
hombre a su imagen y lo invita a trabajar la tierra (cf. Gn 2,5-6),
y a custodiar el jardín del Edén en donde lo ha puesto (cf. Gn 2,15).
Dios confía a la primera pareja humana la tarea de someter la tierra y
de dominar todo ser viviente (cf. Gn 1,28). El dominio del hombre
sobre los demás seres vivos, sin embargo, no debe ser despótico e irracional;
al contrario, él debe “cultivar y custodiar” los bienes creados por Dios:
bienes que el hombre no ha creado, sino que ha recibido como un don precioso,
confiado a su responsabilidad por el Creador. Cultivar la tierra significa no
abandonarla a sí misma; dominarla es tener cuidado de ella, así como un rey
sabio cuida de su pueblo y un pastor de su grey.
En el designio del
Creador, las realidades creadas, buenas en sí mismas, existen en función del
hombre. El asombro ante el misterio de la
grandeza del hombre hace exclamar al salmista: “Qué es el hombre para que de él
te acuerdes, el hijo de Adán, para que de él te cuides? Apenas inferior a un
dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las
obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies” (Sal 8,5-7).
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256. El trabajo
pertenece a la condición originaria del hombre y precede a su caída; no es, por
ello, ni un castigo ni una maldición. Se
convierte en fatiga y pena a causa del pecado de Adán y Eva, que rompen su
relación confiada y armoniosa con Dios (cf. Gn 3,6-8). La prohibición de
comer “del árbol de la ciencia del bien y del mal” (Gn 2,17) recuerda al
hombre que ha recibido todo como don y que sigue siendo una criatura y no el
Creador. El pecado de Adán y Eva fue provocado precisamente por esta tentación:
“seréis como dioses” (Gn 3,5). Quisieron tener el dominio absoluto sobre
todas las cosas, sin someterse a la voluntad del Creador. Desde entonces, el
suelo se ha vuelto avaro, ingrato, sordamente hostil; sólo con el sudor de la
frente será posible obtener el alimento (cf. Gn 3,17.19). Sin embargo, a
pesar del pecado de los primeros padres, el designio del Creador, el sentido de
sus criaturas y, entre estas, del hombre, llamado a ser cultivador y custodio
de la creación, permanecen inalterados.
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257. El trabajo debe ser
honrado porque es fuente de riqueza o, al menos, de condiciones para una vida
decorosa, y en general, instrumento eficaz contra la pobreza (cf Pr 10,4) Pero
no se debe ceder a la tentación de idolatrarlo, porque en él no se puede
encontrar el sentido último y definitivo de la vida. El trabajo es esencial, pero
es Dios, no el trabajo, la fuente de la vida y el fin del hombre. El
principio fundamental de la sabiduría es el temor del Señor; la exigencia de
justicia, que de él deriva, precede a la del beneficio: “Mejor es poco con
temor de Yahvéh, que gran tesoro con inquietud” (Pr 15,16); “Más vale
poco, con justicia, que mucha renta sin equidad” (Pr 126,8).
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(Librería Editrice vaticana, Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia, edición 2005, p. 146-47)
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