HAY
TRISTEZAS QUE SON DIRECTAMENTE ABSURDAS
La
alegría y buen humor, también el optimismo, son indispensables para todo ser
humano,
de rigor para un cristiano
Porque la vanidad, el amor propio y el
orgullo, crean fantasías acerca de uno mismo y de los demás. Quien se cree
mejor que nadie se equivoca, y esto a pesar de que es bueno pensar bien de
nosotros mismos, reconocer que hacemos bien muchas cosas, que somos muy
valiosos para esto o para aquello, porque esto no es vanidad. El error empieza
con las comparaciones y con los juicios peyorativos sobre los demás.
Al orgulloso le resulta difícil la
gratitud e ignora favores que son evidentes; por eso no puede alegrarse de
tantos bienes recibidos.
Desde estas actitudes, la tristeza
sobreviene cuando consideramos que los otros no nos valoran, no nos alagan, no
reconocen nuestra excelencia, no se dan cuenta de lo mucho que valemos, de lo
mucho que trabajamos… Porque es muy fácil que la vanidad degenera en
susceptibilidad. Las personas susceptibles, si no cambian, pueden volverse muy
desgraciadas y rencorosas y permanecen eternamente carcomidas por hechos que no
son como ellas los piensas. Un matrimonio fue invitado a comer en casa de unos
amigos. Después del primer plato, comentó el marido: “¡qué buena estaba la
paella!”. Y su mujer le reprochó “¿qué pasa?, ¿la que yo te pongo en casa no
está buena?”. La tristeza que deriva de la susceptibilidad tiene mal arreglo: a
veces es suficiente con cambiar una rueda, pero otras es necesario cambiar de
coche. Demasiado rencor contenido necesita ser reparado. Demasiado desajuste en
el corazón se pone de manifiesto ante cosas menores que son irrelevantes.
Hay placeres que llevan al vacío.
Satisfacen por el momento, son a veces incluso de larga duración; pero conducen
al hastío y a la tristeza. Es así porque los humanos estamos hechos para fines
más grandes, para afrontar retos, superar dificultades: cuando nos enfangamos
en placeres insanos, se cierran esos horizontes y abren paso a la tristeza y el
cansancio de vivir. Existen placeres saludables en los que hallamos valiosos
beneficios que nos ayudan a vivir.
De la envidia a la tristeza solo hay un
paso. Un camino tortuoso y plagado de espinas es la envidia. Quien se
interna por un sendero así tiene asegurada la infelicidad. La inquina por el
bien ajeno provoca sentimientos malignos que arrastran al rencor. El corazón
rencoroso nunca está alegre; le invade una tristeza que a veces se convierte en
rabia, otras veces, en autocompasión malsana y puede conducir a la venganza.
Una triple obligación. Estar
alegres y rechazar la tristeza constituye un deber. Primero, hacia Dios, porque
existe y ha querido que existamos, nos ama con locura y nos ha concedido
multitud de bienes y dones, la mayoría desconocidos para nosotros. También nos
ha rodeado de una naturaleza magnífica de la que disfrutamos. Permanecer en la
tristeza ante estos tesoros recibidos significa ingratitud…
Nuestra familia, todos nuestros amigos,
las personas con quienes trabajamos, incluso aquellos con quienes nos cruzamos
por la calle, necesitan nuestra alegría. Dios ama al que da con alegría (2 Corintios,
9,7). Y cuando los
otros se encuentran con nuestra tristeza les hacemos daño… ¿Tenemos derecho a
ser sembradores de tristeza y de inquietud?
Y es un deber con nosotros mismos. La
tristeza es un sendero tortuoso y sombrío. Afirma Tomás de Aquino que debilita
nuestra capacidad de saber y conocer, suprime el uso de la razón, perjudica al
cuerpo en sus funciones vitales. “Tener el espíritu consternado por el mal
presente es contrario a la razón y, por tanto, incompatible con la virtud” (Santo Tomás,
Suma Teológica, I, II, q, 59).
(Francisco Fernández-Carvajal, Pasó
haciendo el bien, p. 79-80, Ediciones Palabra)
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