miércoles, 6 de marzo de 2024

   HISTORIA DE PALESTINA

Situación actual (1977 – 2000) continúa. Como consecuencia de todo ello el Presidente de Egipto,Mubarak, presente un plan de diez puntos para el posible arreglo. A su vez los Estados Unidos de América, por medio de su ministro de Exteriores Mr. Baker, acucia a Israel para las negociaciones. El primer ministro de Israel, Shamir, las retrasa todo lo posible y niega rotundamente: la participación en las mismas de la OLP, en el encuentro de Madrid, el 31 de octubre de 1991.

      Conversaciones mantenidas posteriormente en Oslo, culminan el 13 de septiembre de 1993, con el reconocimiento mutuo entre israelíes y palestinos, y la firma consiguiente en Washington de la Declaración de Principios. Un año más tarde se acuerda en París un protocolo relativo a las relaciones económicas entre Israel y la OLP, y seguidamente se conviene en El Cairo el establecimiento de la Autonomía Palestina en Gaza y Jericó.

      En agosto de 1994, se firma la Declaración de Washington entre Israel y Jordania, que precede en un mes a la transferencia de poderes civiles a los palestinos. El tratado de paz entre ambos países se establece el día 26 de octubre del año en curso.

      En 1995, el día 11 de agosto, se adelanta, en Taba, un preacuerdo sobre la extensión de la autonomía palestina, y en septiembre, se firma en Washington un acuerdo interino sobre Cisjordania y la franja de Gaza. El asesinato de Isaac Rabín en Tel Aviv, en plena manifestación masiva y entusiasta por la paz, el día 4 de noviembre de 1995, tras el que están los recelos del ala más extrema de la derecha israelí, hace presagiar un parón en el proceso de paz.

      Con todo, el camino tan seriamente emprendido, no sólo no se interrumpe, sino que el 10 de diciembre, el ejército israelí empieza a evacuar los territorios cedidos a la Autonomía Palestina, donde Yasser Arafat es aclamado como presidente el 21 de enero inmediato, y en abril el Consejo Nacional Palestino opta por dejar sin efecto a Carta de compromiso de destrucción de Israel.

      Simón Peres, sucesor de Isaac Rabín, que había recogido la antorcha pacificadora de su predecesor, pierde las elecciones en mayo de 1996 frente al Likud, partido radical, y la ascensión al poder como Primer ministro de Benjamín Netanyahu, contrario al proceso de paz, paraliza de momento todo los intentos pacificadores y siembra la inquietud en las cancillerías y en el ánimo de cuantos miraban con gozosa esperanza cada paulatino gesto de contribución a tan difícil, pero necesario convivencia. Poca es la seguridad que en vano tratan de afirmar el acercamiento meramente diplomático que se cifra en las conversaciones mantenidas en el mes de septiembre entre los presidentes israelí y palestino. Y las consecuencias lógicas del estado de mutua desconfianza no se hacen esperar: la inoportuna apertura al turismo, a finales de septiembre, del Túnel de los asmoneos (que parte de las inmediaciones del Muro de las Lamentaciones, para salir, tras un breve recorrido bajo las casas árabes, frente a la puerta del Instituto Bíblico Franciscano de la Flagelación), ha sido el detonante de la encolerizada protesta árabe y su no menos firme represión, que acaba en confrontación militar en Ramala, sede del Parlamento Palestino, entre tropa israelíes y la policía autonómica de palestina.

      Vanos intentos apresurados, en Washington, ya en octubre, por detener el conflicto, proseguidos de inmediato en El Cairo bajo tutela del presidente egipcio Hosni Mubarak, propician un inicial y dudoso equilibrio que no llega a ofrecer decididas garantías de éxito.

      Una nueva esperanza ha nacido tras el cambio político en Israel resultado de las elecciones de mayo 1999. Pero el proceso de paz requiere algo más que acuerdos políticos. Monseñor Michel Sabbah, patriarca latino de Jerusalén, de procedencia árabe, expresaba así este criterio cristiano: “Para que exista una verdadera unificación entre judíos y palestino, antes es necesario que sean nuestros corazones lo que se unan”. Difícil tarea cuando la sangre hierve; pero nada es imposible para el que tanto hizo por este pueblo que llamó suyo”

              (Teodoro López, Carlos Sáez, Ángel Martín, Peregrinación a Tierra Santa, p. 38-39, relato n. 17)

 

 

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