DE LA SANTA MISA: La palabra de alabanza
Romano Guardiani, capítulo 16/1
También es alabanza el llamado Prefacio,
el cual constituye la introducción a la oración suprema de la misa denominada
Canon, que abarca la consagración. Ya en las frases introductorias, se pone de
manifiesto cuán solemne es esa alabaza, porque en ellas el sacerdote y el
pueblo se invitan mutuamente y en forma alternada a fortalecerse, elevando el
espíritu. El himno propiamente dicho comienza con el homenaje al Padre que está
en los cielos, basado en el misterio de la festividad que precisamente se celebra,
y al concluir se une al coro de ángeles que contemplan la soberanía de Dios,
para terminar con el cántico llamado Santo. La primera parte de este cántico
está tomada de la visión del profeta Isaías, quien la escuchó de los labios de
los querubines (Is 6,3), la segunda parte, del relato del evangelio sobre la
entrada de Jesús en Jerusalén, cuando los niños lo aclamaban como “el Señor”
(Mt 21,9).
Estas alabanzas continúan lo que acontece
en los Salmos y en los cánticos del Antiguo y del Nuevo Testamento, en los que
el hombre inspirado está penamente satisfecho porque experimenta la grandeza,
la majestuosidad y la magnificencia terrible, el amor, y la intimidad de Dios,
proclama su poder supremo y se vuelve hacia él lleno de admiración, venerándolo
y ensalzándolo, Él vive inmerso en esta soberanía como si estuviese en una
atmósfera particular y disfruta de ello. Cambia el pensamiento del que proviene
la alabanza; más precisamente, cambia la forma de sentir y el deseo particular
que se exteriorizan en la alabanza. Pero todo ello presenta una cosa en común:
la altura espiritual, la atmósfera de la soberanía divina. En las alabanzas, la
oración del hombre se aleja de lo cotidiano, en la forma más ampliamente
posible. Esto se expresa particularmente en la introducción al Prefacio, cuando
el sacerdote y el pueblo se ayudan mutuamente a dejar a un lado toda banalidad
y a elevarse. En primer lugar, se desean el uno al otro la asistencia del poder
divino. El sacerdote dice “El Señor esté con vosotros”, y el pueblo responde “y
con tu espíritu”. Dios debe estar con el pueblo, ponerse en contacto con él y
fortalecerlo interiormente. También debe estar con el sacerdote más
precisamente con su espíritu. Por espíritu no nos referirnos al entendimiento,
sino a esa interioridad que es la altura de la cual proceden los impulsos del
amor, de la adoración y del entusiasmo. Después el sacerdote exclama “elevemos
nuestros corazones”, y el pueblo responde “los tenemos levantados hacia el
Señor”. A continuación, el sacerdote agrega una nueva petición y ruega “demos
gracias a Dios”, y todos responden “es justo y necesario”. Apoyándose en esta
última frase, el sacerdote introduce el Prefacio propiamente dicho, diciendo
“es realmente justo y necesario darte gracias a ti en todo tiempo y lugar,
Señor Dios santo, Padre todopoderoso y eterno…” Continúa
(Romano
Guardini, Celebración de la Santa Misa / La acción sagrada, capítulo
16/1 p. 62-63)
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