viernes, 13 de septiembre de 2024

PREPARACIÓN PARA LA CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA         
La comunidad y el perdón de las ofensas
Romano Guardiani, capítulo 18

      La comunidad no significa que se encuentran reunidas muchas personas, ni tampoco únicamente muchas personas piadosas y devotas. Se puede dar esto, pero en este caso carece de esa unidad, fortaleza y el mismo tiempo intimidad, que define a la “comunidad”. De esta característica esencial habla la frase de Cristo: Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos (Mt 18,20). También lo hace el libro de Los Hechos de los Apóstoles, en su relato sobre los primeros tiempos después de Pentecostés: Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquéllos que debían salvarse (2,46-47). La comunidad existe allí donde un grupo de personas están reunidas en virtud de la fe, conscientes de su permanencia a Cristo y de la celebración del misterio sagrado.

      Esto no ocurre porque sí, sino que los hombres, en torno a quienes se produce esto, deben hacer algo. A veces, se produce espontáneamente, por ejemplo, cuando una necesidad apremiante o una alegría poderosa inunda los corazones, o la persona de un expositor inspirado reúne a un auditorio, o una de esas misteriosas oleadas espirituales atraviesa las horas y, a partir de muchos individuos, configura una gran unidad, emocionada y orientada por algo común a todos. Por regla general, una comunidad surge cuando los hombres la desean. En esto pueden ayudar muchos factores: la solemnidad del lugar, el sonido del órgano, el poder de la Palabra de Dios, la gravedad y el misterio de la acción sagrada.

      Para que haya comunidad, el creyente debe comprender lo que es ella, debe quererla y hacer lo que le corresponde para lograrla. Aquí habría mucho que decir, ante todo, algo que tiene que acontecer antes de entrar en la iglesia.

      El Señor dice en el Sermón de la Montaña […] si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda (Mt 5,23-24). Significa que cuando vas a celebrar la fiesta sagrada y te viene a la conciencia de que has hecho algo injusto a alguien y él está enojado contigo, no puedes entrar en el templo, como si no pasara nada. Si así lo haces, entras en el espacio externo, pero no en la comunidad, pues ésta no te acepta. Ella se quiebra allí donde tú estás. La comunidad es la relación sagrada que aquí va desde un hombre hasta otro, por cuanto conduce desde Dios al hombre y desde éste hacia Dios. Ella es la unidad que consiste en que el Cristo viviente “está en medio de éstos”, frente al rostro del Padre y en la fuerza del Espíritu Santo. Pero cuando tú cometes alguna injusticia contra “tu hermano”, es decir, contra cualquier hombre, y él te lo reclama, entonces se levanta entre ambos un muro que, destruye esa unión sagrada. En lo que a ti respecta, no hay aquí ninguna comunidad. Si debe haberla -y tú eres responsable de que eso ocurra-, ordena las cosas.

         (Romano Guardini, Celebración de la Santa Misa / La comunidad y el perdón de las ofensas, 18 p. 69-70)

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