LA FAMILIA, CÉLULA VITAL DE LA SOCIEDAD
b. (1). La familia es el santuario de la vida
230. El amor conyugal está por su naturaleza
abierto a la acogida de la vida. (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2366). En la tarea
procreadora se revela de forma eminente la dignidad del ser humano, llamado a
hacerse intérprete de la bondad: y de la fecundidad que proviene de Dios: “La
paternidad y la maternidad humanas, aún siendo biológicamente parecidas a las
de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y
exclusiva, una “semejanza” con Dios, sobre la que se funda la
familia, entendida como comunidad de personas unidas en el amor.
La procreación expresa la subjetividad
social de la familia e inicia un dinamismo de amor y de solidaridad entre las
generaciones que constituye la base de la sociedad. Es necesario
redescubrir el valor social de partícula del bien común ínsita en cada nuevo
ser humano: cada niño “hace de sí mismo un don a los hermanos, hermanas,
padres, a toda la familia. Su vida se convierte en don para los mismos donantes
de la vida., los cuales no dejarán de sentir la presencio del hijo, su
participación en la vida de ellos, su aportación a su bien común y al de la
comunidad familiar”. (Juan
Pablo II, Gratissimam sane, 11)
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231. La familia
fundada en el matrimonio es verdaderamente el santuario de la vida, “el
ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera
adecuada contra los múltiples ataques a los que está expuesta, y puede
desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano” (Juan Pablo II, Centesimus
amnus, 39)
Las familias cristianas tienen, en virtud
del sacramento recibido, la peculiar misión de ser testigos y anunciadoras del
Evangelio de la vida.
Es un compromiso que adquiere, en la sociedad, el valor de verdadera y valiente
profecía. Por este motivo, “servir el Evangelio de la vida supone que las
familias, participando especialmente en asociaciones familiares, trabajan para
que las leyes e instituciones del Estado no violen de ningún modo el derecho a
la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, sino que la defiendas y
promuevan” (Juan
Pablo II, Carta encíclica Evangelium vitae 93)
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232. La familia
contribuye de modo eminente al bien social por medio de la paternidad y la maternidad
responsables, formas peculiares de la especial participación de los cónyuges en
la obra creadora de Dios. (Concilio Vaticano II, Constitución.
Pastoral Gaudium et spes 50).
La carga que conlleva esta
responsabilidad, no se puede invocar para justificar posturas egoístas, sino
que debe guiar las opciones de los cónyuges hacia una generosa acogida de la
vida: “En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y
sociales, la paternidad responsable se pone en práctica, ya sea con la
deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa, ya sea con la
decisión tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar
un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido”. (Pablo VI, Carta
encíclica Humanae vitae, 10). Las motivaciones que deben guiar a los
esposos en el ejercicio responsable de la paternidad y de la maternidad,
derivan del pleno reconocimiento de los propios deberes hacia Dios, hacia sí
mismos, hacia la familia y hacia la sociedad en una justa jerarquía de valores.
(Librería Editrice
vaticana, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, (b, 1)
edición 2005, p. 131-133)
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