jueves, 24 de abril de 2025

TIERRA SANTA. Altiplano Occidental
Ciudades en torno al lago. Relato 44

Tel El Oreime (zona occidental) Es el lugar de la Genesaret evangélica, que da nombre al lago y a la amplia y fértil llanura que se abre a sus pies. Corresponde a la Kineret del A. Testamento (Jos 19,35) que hunde sus raíces en las épocas del Bronce y del Hierro. En 1928 se descubrió una inscripción que celebra los triunfos del faraón Tutmosis III en Meguido, en 1478 a.C. Las históricas cuevas de Wadi el Amut aportaron, en 1925, un cráneo humano del Neanderthal y  del periodo paleolítico: “el hombre galileo del paleóntropo palestinense”.

 Las grutas de Arbela. Frente a Magdala se abre la llanura de Genesaret, por donde transcurre el Wadi Al-Hamam (valle de los pichones). Es un desfiladero con numerosas cuevas (1M 9.2), en que se refugiaron los macabeos ante el acoso que hubieron de soportar por parte del general seléucida Báquides, en el 160 a.C. En tiempo de Herodes, fueron masacrados en este mismo lugar los rebeldes celotas galileos. Era un paso obligado de subida desde el lago al Mediterráneo.

 Magdala (Tariquea, salazones en griego). Situada al noroeste del lago, cruzada igualmente por la Via Maris, se conservan de ella restos arqueológicos que fueron excavados por el P.V. Corbo e 1971. Es la puerta del valle de Genesaret, donde Jesús realizó innumerables curaciones (Mt 34,36) y en la que, en nuestros días, ha surgido el Kibutz Ginosar, en cuyo museo se conserva una barca del siglo I,, hallada en el fondo del lago a la altura del poblado, contemporánea por tanto de Jesucristo. Fue construida alrededor del año 34 a.C. y mide 12 de largo y 2,25 de ancho, con la que se podían transportar hasta 50 personas.

      En tiempos de Jesús la ciudad era muy floreciente por su industria tintorera y de salazones, de ésta le viene el nombre griego de Tariquea con que la conocen los escritores romanos. Tal vez llegó a ser una de las ciudades más importantes, de las que rodean el lago, por las noticias, un poco exageradas, que aporta Flavio Josefo. En la primera revuelta judía, Vespasiano la destruyó de manera inmisericorde. En la tradición cristina, se la supone patria de María Magdalena (Lc 8,2; Mc 15,40-47; Jn 20,14-18).

 Tiberiades. Junto al lago, en la parte occidental, se encuentran las ruinas de la antigua ciudad de Tiberias y un poco más al norte, la actual ciudad construida por Herodes Antipas, del 17 al 20, en honor de Tiberio, como capital de su reino o tetrarquía, entre Hammat y Raqqat (Jos 19,35) fue considerada ciudad impura para los judíos, por haber sido edificada sobre el cementerio de Hammat, y estar habitada predominantemente por paganos. El rabí Simón Bar Yokai, en el siglo II, le levantó el entredicho. En tiempos del rey agripa, la ciudad era incluso esplendorosa: contaba con la palacio, estudio, baños, etc. y abundantes aguas proveniente de Yevnael. Defendida por Flavio Josefo, se rindió a Vespasiano durante la revuelta judía.

      Desde el siglo III a.C. comienza a ser centro del judaísmo y la tercera ciudad santa de Israel. El Sanedrín llega desde Séforis para instalarse en ella. Y aquí se dictó la Misná y el Talmud, se añadieron las vocales a la escritura hebrea (masoras) y se aceptó la palabra “nasi” (presidente) para la suprema autoridad religiosa. Como ciudad rabínica que es, posee los sepulcros del rabí Meir (el hacedor de milagros); la del rabí Akiva y, convertida en santuario de gran veneración, la del Maimónides, médico muy curativo, filósofo notable y excelso teólogo, nacido en Córdoba (España). El epitafio de su tumba reza así: “Después de Mosés, nadie más grande que Mosés”.
      Durante el periodo bizantino el conde José de Galilea edificó muchas iglesias en Tiberiades, que fue obispado en el siglo VI. En el periodo árabe tuvo su importancia como capital administrativa. Los cruzados la mantuvieron hasta la derrota de los Cuernos de Hattín. De ellos ha quedado la iglesia de san Pedro, actual convento franciscano.
                     (Teodoro López, Carlos Sáez, Ángel Martín, Peregrinación a Tierra Santa, relato 44, p.118-119)

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