UNIDAD DE VIDA. “HACER TODO POR AMOR”
La unidad de
vida surge, ante todo, de esta unidad de fin: es una unidad que deriva de ese
orientar todas las obras hacia Dios, según las palabras de san Pablo: “ya
comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacerlo todo por la gloria de
Dios” (1
Co 10,31). San Josemaría
insiste una y otra vez en esta doctrina, expresándola de diversos modos. Por
ej.: Hacedlo todo por Amor y libremente (Amigos
de Dios, n. 68).
Tener unidad de vida significa actuar
siempre por amor a Dios, buscando el cumplimiento de su Voluntad. La expresión
“unidad de vida” es relativamente nueva en la tradición cristiana. No se
encuentra entre las voces de los diccionarios especializados de Teología. En el
siglo XX, antes que san Josemaría, la han lanzado algunos autores para designar
la unidad entre santidad y apostolado, o la coherencia entre fe y conducta, pro
de modo ocasional, sin que ocupe -según parece- un lugar prominente en sus enseñanzas,
como sucede en san Josemaría. Se comprende por esto que haya sido
calificado de “pionero de la unidad de vida”.
(Ernest Burkhart-Javier López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, vol. 3, 620 ss.)
Puede dar alguna pista, la homilía pronunciada por san Josemaría, en el campus de la
Dios os llama a servirle en y
desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en el
laboratorio, en un quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra
universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia
y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo
bien: hay un
algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a
cada uno descubrir.
¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una
doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser
cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que
tiene que ser -en el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios: a ese Dios
invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales. (…)
¿Qué son los sacramentos -huellas de la
Encarnación del Verbo, como afirmaron los antiguos- sino la más clara
manifestación de este camino, que Dios ha elegido para santificarnos y
llevarnos al Cielo? ¿No veis que cada sacramento es el amor de Dios, con toda
su fuerza creadora y redentora, que se nos da sirviéndose de medios materiales?
Se comprende, hijos, que el Apóstol
pudiera escribir: todas
las cosas son vuestras, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios (1 Co
3,22-23). Se trata de un movimiento ascendente que el Espíritu Santo, difundido
en nuestros corazones, quiere provocar en el mundo: desde la tierra, hasta la
gloria del Señor.
Os aseguro, hijos míos, que cuando un
cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias,
aquello rebosa de la trascendencia de Dios, (…) En la línea del horizonte,
hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se
juntas es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria.
Y ahora, hijos e hijas, dejadme que me
detenga en otro aspecto -particularmente entrañable- de la vida ordinaria. Me
refiero al amor humano, al amor limpio entre un hombre y una mujer, al
noviazgo, al matrimonio. He de decir una vez más que ese santo amor humano no
es algo permitido, tolerado, junto a las verdaderas actividades del espíritu,
como podría insinuarse en los falsos espiritualismos a que antes aludía. (…) El
amor, que conduce al matrimonio y a la familia, puede ser también un camino
divino, vocacional, maravilloso, cauce para una completa dedicación a nuestro
Dios. Realizad las cosas con perfección, os he recordado, poned amor en las
pequeñas actividades de la jornada, descubrir -insisto- ese algo divino que en los
detalles se encierra: toda esa doctrina encuentra especial lugar en el espacio
vital, en el que se encuadra el amor humano.
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