Subió a los cielos, está sentado a la
diestra de Dios Padre todopoderoso
El símbolo de los Apóstole. Artículo
6
“Después de la Resurrección de Cristo es
necesario creer en su Ascensión: ascendió al cielo a los cuarenta días. Por eso
dice: “Subió a los cielos”. Sobre la cual hay que advertir tres cosas:
que esta ascensión fue sublime, razonable y útil.
A)
Fue
sublime, porque subió a los cielos. Esto se expone en tres pasos.
Primero, subió por encina de todos los
cielos corpóreos. Dice el Apóstol: “Subió por encima de todos los cielos” (Eph 4, 10). Esto fue Cristo quien primero lo
hizo, pues anteriormente ningún cuerpo terreno había salido de la Tierra, hasta
el punto de que incluso Adán vivió en un paraíso terrenal.
Segundo, subió por encima de todos los
cielos espirituales, que son los seres espirituales, “Colocando a Jesús a su derecha en el cielo, por encima de todo
Principado, Potestad, Virtud y Dominación, y sobre todo cuanto tiene nombre no
sólo en este mundo sino también en el venidero; todas las cosas las sometió
bajo sus pies”
Tercero, subió hasta el trono del Padre,
“He aquí que en las nubes del cielo venía un como Hijo de hombre, y llegó hasta
el Anciano de días” (Dan
7, 13).” El Señor,
Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo, y está sentado a la derecha
de Dios”
(Mc 16, 19).
Lo de la derecha de Dios no hay que
entenderlo en sentido literal sino metafórico: en cuanto Dios, estar sentado a
la derecha del Padre significa ser de la misma categoría que Éste; en cuanto
hombre, quiere decir tener la absoluta preeminencia. Esto lo entendió también
el diablo: “Subiré al cielo, sobre los astros de Dios levantaré mi solio; me
sentaré en el monte de la alianza, de la parte del Aquilón; ascenderé sobre la
altura de las nubes, semejante seré al Altísimo” (Is 14, 13-14). Sin embargo,
sólo Cristo lo consiguió; por eso se dice: “Subió al cielo, está sentado a la
derecha del Padre”. “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra” (Ps
109,1).
B) La Ascensión de Cristo fue razonable,
pues fue al cielo; esto, por tres motivos:
Primero, porque el cielo era
debido a Cristo por su misma naturaleza. Es natural que cada cosa vuelva a su
origen, y el principio originario de Cristo está en Dios, que está por encima
de todo. “Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo, y voy al
Padre” (Jn 16, 28)” Nadie subió al cielo sino el que descendió del cielo, el
Hijo del hombre que está en el cielo”
(Jn 3, 13). También los santos suben al
cielo, pero no como Cristo: Cristo subió por su propio poder; los santos, en
cambio, arrastrados por Cristo: “Arrástrame en pos de ti” (Cant 1,3). Incluso puede decirse que nadie
sube al cielo sino Cristo sólo, porque los santos no suben más que en cuanto
miembros de Él, que es la cabeza de la Iglesia: “Donde esté el cadáver, allí se
juntarán también los buitres” (Mt 24, 2
Segundo, correspondía a Cristo el cielo
por su victoria. Cristo fue enviado al mundo para luchar contra el diablo, y lo
venció; por ello mereció ser encumbrado por encima de todas las cosas: “Yo
vencí, y me senté con mi Padre en su trono” (Apc 3, 21).
Tercero, le correspondía por su
humildad. No hay humildad tan grande como la de Cristo, quien siendo Dios quiso
hacerse hombre, siendo Señor quiso tomar la condición de esclavo sometiéndose
incluso a la muerte, según se dice en Philp 2, y llegó a bajar al infierno. Por
eso mereció ser ensalzado hasta el cielo, hasta el solio de Dios, porque el
camino al encumbramiento es la humildad: “El que se humilla será enaltecido” (Lc 14,11); “El que descendió, ése mismo es
el que subió por encima de todos los cielos” (Eph 4, 10).
C) La Ascensión de Cristo fue útil;
esto, es en tres aspectos:
Primero, como guía, pues ascendió para
guiarnos. Nosotros ignorábamos el camino, pero Él nos lo mostró: “Subirá
delante de ellos el que les abrirá el camino” (Mich m2, 13). Y para darnos
la certeza de la posesión del reino celestial: “Voy a prepararos un sitio” (Jn 14, 2).
Segundo, para asegurarnos esta posesión,
puesto que subió para interceder por nosotros: “Llegando por sí mismo hasta
Dios, viviendo siempre para interceder por nosotros” (Heb 7, 25); “Tenemos ante el Padre un
abogado, Jesucristo” (1
Jn 2, 1).
Tercero, para atraer hacia sí nuestros corazones;
“Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón” (Mt 6, 21); para que despreciemos los bienes
temporales: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá
arriba, donde esta Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes
de arriba, no a los de la tierra” (Col 3, 1-2)”.
(Santo Tomás de Aquino, Escritos de
Catequesis, Artículo 6, p.79-82, Colección Patmos n. 155)