HISTORIA DE PALESTINA
Situación actual
(1977 – 2000) continúa. Como
consecuencia de todo ello el Presidente de Egipto,Mubarak, presente un plan de
diez puntos para el posible arreglo. A su vez los Estados Unidos de América,
por medio de su ministro de Exteriores Mr. Baker, acucia a Israel para las
negociaciones. El primer ministro de Israel, Shamir, las retrasa todo lo
posible y niega rotundamente: la participación en las mismas de la OLP, en el
encuentro de Madrid, el 31 de octubre de 1991.
Conversaciones mantenidas posteriormente
en Oslo, culminan el 13 de septiembre de 1993, con el reconocimiento mutuo
entre israelíes y palestinos, y la firma consiguiente en Washington de la
Declaración de Principios. Un año más tarde se acuerda en París un protocolo
relativo a las relaciones económicas entre Israel y la OLP, y seguidamente se
conviene en El Cairo el establecimiento de la Autonomía Palestina en Gaza y
Jericó.
En agosto de 1994, se firma la
Declaración de Washington entre Israel y Jordania, que precede en un mes a la
transferencia de poderes civiles a los palestinos. El tratado de paz entre
ambos países se establece el día 26 de octubre del año en curso.
En 1995, el día 11 de agosto, se adelanta,
en Taba, un preacuerdo sobre la extensión de la autonomía palestina, y en
septiembre, se firma en Washington un acuerdo interino sobre Cisjordania y la
franja de Gaza. El asesinato de Isaac Rabín en Tel Aviv, en plena manifestación
masiva y entusiasta por la paz, el día 4 de noviembre de 1995, tras el que
están los recelos del ala más extrema de la derecha israelí, hace presagiar un
parón en el proceso de paz.
Con todo, el camino tan seriamente
emprendido, no sólo no se interrumpe, sino que el 10 de diciembre, el ejército
israelí empieza a evacuar los territorios cedidos a la Autonomía Palestina,
donde Yasser Arafat es aclamado como presidente el 21 de enero inmediato, y en
abril el Consejo Nacional Palestino opta por dejar sin efecto a Carta de
compromiso de destrucción de Israel.
Simón Peres, sucesor de Isaac Rabín, que
había recogido la antorcha pacificadora de su predecesor, pierde las elecciones
en mayo de 1996 frente al Likud, partido radical, y la ascensión al poder como Primer
ministro de Benjamín Netanyahu, contrario al proceso de paz, paraliza de
momento todo los intentos pacificadores y siembra la inquietud en las cancillerías
y en el ánimo de cuantos miraban con gozosa esperanza cada paulatino gesto de
contribución a tan difícil, pero necesario convivencia. Poca es la seguridad
que en vano tratan de afirmar el acercamiento meramente diplomático que se
cifra en las conversaciones mantenidas en el mes de septiembre entre los presidentes
israelí y palestino. Y las consecuencias lógicas del estado de mutua
desconfianza no se hacen esperar: la inoportuna apertura al turismo, a finales
de septiembre, del Túnel de los asmoneos (que parte de las inmediaciones del
Muro de las Lamentaciones, para salir, tras un breve recorrido bajo las casas
árabes, frente a la puerta del Instituto Bíblico Franciscano de la Flagelación),
ha sido el detonante de la encolerizada protesta árabe y su no menos firme
represión, que acaba en confrontación militar en Ramala, sede del Parlamento Palestino,
entre tropa israelíes y la policía autonómica de palestina.
Vanos intentos apresurados, en Washington,
ya en octubre, por detener el conflicto, proseguidos de inmediato en El Cairo
bajo tutela del presidente egipcio Hosni Mubarak, propician un inicial y dudoso
equilibrio que no llega a ofrecer decididas garantías de éxito.
Una nueva esperanza ha nacido tras el
cambio político en Israel resultado de las elecciones de mayo 1999. Pero el
proceso de paz requiere algo más que acuerdos políticos. Monseñor Michel Sabbah,
patriarca latino de Jerusalén, de procedencia árabe, expresaba así este
criterio cristiano: “Para que exista una verdadera unificación entre judíos y
palestino, antes es necesario que sean nuestros corazones lo que se unan”. Difícil
tarea cuando la sangre hierve; pero nada es imposible para el que tanto hizo
por este pueblo que llamó suyo”
(Teodoro López, Carlos Sáez, Ángel
Martín, Peregrinación a Tierra Santa, p. 38-39, relato n. 17)