En el Salterio, encontramos la frase: “Cantar al Señor un cántico nuevo”. Esto no quiere decir que el cantor deba componer un poema nuevo, sino que el cántico debe brotar del corazón renovado. La fuerza de la renovación pertenece a la esencia de la vida. Aquélla no consiste sólo en hacer algo antes no existía, sino en hacer algo que ya existía, concebirlo de un modo nuevo, de tal modo que es hecho como si comenzara ahora. El hombre puede realmente romper la monotonía que surge de lo ya visto y realizado muchas veces, para comenzar nuevamente a partir de la disposición interior.
Tanto más puede hacer esto, por cuanto la santa Misa es algo absoluto e inagotable. Mucho de ella es obra del hombre, tanto en el buen sentido de la palabra -como servicio del hombre, al que Dios le ha encomendado algo- como también en sentido peyorativo, como acción meramente extraña y fría. Pero lo propio de ella es la obra redentora del Cristo vivo. Él tiene en sí la plenitud de la sabiduría y del amor divino no sólo objeto que se recibe, sino como fuerza viviente que opera. En la celebración del memorial del Señor, no dependemos de nuestra propia capacidad de ver y apreciar, sino de Cristo que obra en nosotros. Sí, por sobre todos y en sentido estricto, él es quien “obra” en ella y quien se hace presente en nuestro “memorial eucarístico”.
La rutina y la monotonía expresan que las cosas, activades e incluso los hombres mismos, sólo lo tienen una medida limitada del sentido y de la realidad, por la cual imprevistamente se ven obligados a llegar a un punto, a partir del cual no pueden decir nada nuevo y en lugar de interés, que los incita, tienen que recurrir a la fidelidad. Pero aquí hay algo completamente diferente. Con quien nos encontramos en la Misa, es con Cristo y su obra redentora, es decir, con el Logos en su significación divina ilimitada y con su amor inagotable, quien no sólo exige que debemos ser dignos de él, sino que, además, se nos acopla e instituye junto con nosotros la acción del memorial. A partir de lo que la Misa es en sí misma, la fe nos dice que la monotonía únicamente puede sobrevivir a partir de nosotros mismos, es decir, cuando no tomamos en serio a Cristo y a su amor. Cristo es novedad en la medida en que el creyente traba amistad con él. Cada acto de obediencia o de progreso, cada situación de la vida que superamos a partir de su doctrina y de su fuerza, revela algo nuevo de él. La Misa entrega tanto cuanto uno le pide, y la fuerza renovadora de la cual hablamos no depende de sí misma, sino que puede contar con la posibilidad infinita de Dios.