La Palabra de Dios está presente a lo largo de toda la santa Misa,
así como en general está presente en toda la liturgia. Muchas de sus partes,
como la Epístola y el Evangelio o el Padrenuestro recitado en el momento más
solemne, son notable pasajes que están ligados a la Sagrada Escritura. La
antífona de entrada, el ofertorio la comunión contienen frases breves tomadas
de diversos textos bíblicos, acordes con el significado de cada día. Lo mismo sucede
con el Aleluya entre los textos, que unen la Epístola y el Evangelio. Finalmente,
en las Oraciones propiamente dichas, las palabras de la Escritura o las
alusiones a sucesos relatados en ella se repiten una y otra vez, y participan
de su eficacia sagrada. Un carácter especial adopta en la parte central de la
misa, en la consagración, una frase del Señor.
Después del ofertorio, en el que el pan y
el vino han sido preparados para el banquete sagrado, comienza justamente la
oración fundamental; la Plegaria eucarística. Luego de la Epíclesis (invocación
al Espíritu Santo), después de la Oración sobre las ofrendas, se dice “En la
víspera de su Pasión tomó el pan en sus santas y venerables manos, levantó los
ojos al Cielo y te dio gracias a ti, Dios Padre todopoderoso, lo bendijo, lo pasó
y lo dio a sus discípulos diciembre: `Tomad y comed todos de él, porque esto es
mi cuerpo`. Del mismo modo, después de la sagrada cena, tomó este cáliz
glorioso en sus santas y venerables manos, te dio gracias de la misma manera,
lo bendijo y se lo entregó a sus discípulos, diciendo: ´Tomad y bebed todos de
él, poque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza´ -
¡Misterio de la Fe! – “que ha sido entregado por vosotros y por todo el mundo
para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”.
Estas palabras proceden de los relatos evangélicos, así como de la
Primera Carta a los Corintios, en los que se relata la institución de la
Eucaristía. Por eso parece que ellas -al igual que la Epístola y que los
Evangelios, sólo que con más énfasis- repitieran simplemente lo que ocurrió en
ese entonces. Pero, consideradas detenidamente, se percibe que hay en ellas
ligeras modificaciones con respecto a los textos mencionados. Leyendo el texto
bíblico, el sacerdote no sólo relata lo que ocurrió, sino que hace lo mismo que
relata. Sus palabras no dicen solamente “dio gracias”, como en el texto
bíblico, sino “levantó los ojos hacia ti, Padre Todopoderoso, y te dio gracias”.
Es a Dios a quien se dirigen esas palabras. Al mismo tiempo que el sacerdote
dice “tomó el pan”, él toma realmente la hostia que está sobre el altar e
inclina la cabeza cuando pronuncia las palabras “dio gracias”.
En consecuencia, las frades decisivas –“porque
este es mi cuerpo” y “porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la
alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por todo el mundo para
el perdón d ellos pecados”- adquieren un carácter nuevo. Todo el párrafo se
desplaza desde el pasado hacia el presente, desde el relato hacia la acción, y
las frases arriba citadas no sólo relatan lo que él Señor dijo, sino que son
afirmadas a partir del acontecimiento actual: no son recuerdo, sino realidad
efectiva. Que se trata de algo extraordinario y plenamente misterioso lo indica
la frase que se pronuncia luego de la consagración del cáliz: “¡Este el
misterio de nuestra fe!”. Tenemos que comprender bien estas palabras. Luego que
es sacerdote pronuncia las frases de la consagración, el diácono que está a su
lado eleva su voz y proclama en forma solemne: “¡Éste es el misterio de nuestra
fe!”. Pero el significado de esta vigencia absoluta de las palabras del Señor
lo expresa la última frase: “haced siempre esto en conmemoración mía".
Aquí, con las palabras de la Sagrada Escritura, ocurre algo diferente de lo que acontece en la Epístola y el Evangelio, que en el Padrenuestro o en la alabanza del Gloria. En estos casos, la Palabra de Dios es leída, proclamada y oída a partir de la Sagrada Escritura. El sacerdote y el pueblo la hacen suya y la dirigen como oración a Dios. Pero en la consagración, la Palabra de Dios se hace realidad. Se repite ahora lo que fue dicho por Cristo en una oportunidad, no como una palabra nueva, que se origina en la hora presente y de diluye junto con ésta, sino como la palabra antigua pero nueva, afirmada por Cristo en una ocasión y perteneciente a esta hora. La “conmemoración” que se consuma aquí no consiste en que la comunidad recuerde lo que él ha dicho en su oportunidad, sino en que lo mismo que se dijo en esa ocasión forma parte de esta hora. Continúa en el capítulo 15/2
(Romano Guardini, Celebración
de la Santa Misa / La acción sagrada, capítulo 15/1, p. 59-60)